Una sola casa, eso fue el Coliseo General Rumiñahui, la noche del viernes. Una noche en la que el baile, la reflexión y la buena música acrecentaron el sentir del público para con su tierra y su cultura. Se trataba de manifestar la pertenencia a Latinoamérica. Una región que se representó verde y frondosa ,con las selvas y los ríos, o multicolor y ruidosa, con las urbes y la gente, en las imágenes proyectadas desde la pantalla de ‘leds’, único artificio en el decorado del escenario. Allí, un campanario anunció el primer tema del artista de la noche, el cantautor Rubén Blades: “suenan las campanas un, dos, tres… el Padre Antonio y su monaguillo Andrés”. Esa primera descarga musical finalizó con Amor y control, tema cantado por y para la familia quiteña, ecuatoriana.Las canciones se sucedían en medio del humo del cigarrillo, la risas del público y las palabras de Blades, que sonaron tan sinceras como sus letras. Llegaron Decisiones, Plantación adentro, Buscando guayaba, Caminando. El cantautor presentaba a los músicos en escena, al nombre de cada uno de los Seis del Solar, siguieron fuerte aplausos. Desde antes que el panameño apareciera, el Rumiñahui era fiesta. La orquesta Azuquito y el cantante Ítalo Torres calentaron al público, al ritmo de temas consagrados por Héctor Lavoe, Celia Cruz, Cheo Feliciano… Echando paso, hombres y mujeres (aproximadamente 15 000 asistentes) elevaban la temperatura de la noche desde cada localidad. Algunos calmaban su sed con las botellas de licor que, a pesar de la prohibición, ingresaron en el sitio, otros giraban, zapateaban, gritaban…También hubo momento para las emociones internas. Blades tomó una guitarra y se sentó para demostrar al público su proceso de composición. Entonces, en la intimidad lograda por la voz del panameño y el leve sonido de las cuerdas, empezó a sonar Adán García. La atmósfera cambió, como si el sudor del baile se tornase frío y la agitación cambiase por sollozo; a más de un espectador se le fueron las lágrimas. Aquellos, que se contuvieron, lo hicieron solamente para llamar, con la canción Desapariciones, a las víctimas de las dictaduras , “con la emoción apretando por dentro”. Las pantallas presentaban la cartografía de América, las banderas de sus países, monumentos e íconos de cada región. A los últimos pregones de Plástico, la gente respondía: “¡Presente!” El sentir se extendió también por las letras y los ritmos de Patria y de Buscando América. Pablo Pueblo y Juan Pachanga recordaron a esos personajes entrañables de las crónicas salseras, de las que su mayor representante es Pedro Navaja, cuyo diente de oro volvió a brillar después de una falsa salida de Blades y los Seis del Solar. A ese tema acompañó una descarga de solos y la ovación final.