Que el cine ecuatoriano es un proceso y que toda cinta producida en los últimos siete años refleja una etapa del mismo ya no puede ser un argumento para contemplar las producciones con ojo concesivo; de continuar haciéndolo perdemos todos (tras las cámaras, en pantallas, en las butacas, en los órganos de gestión, en la reflexión), aunque crezca la cantidad de filmes ecuatorianos.
‘Quito 2023’ es la primera película ecuatoriana en estrenarse en salas en este 2014, pero ello no es, precisamente, un buen augurio para el resto de estrenos nacionales (más de 20) y menos una tarjeta de presentación del cine ecuatoriano frente al espectador. Un público que ya de por si lo piensa varias veces antes de hacerse de una boleta y una butaca para ver filmes de acá; por factores diversos pero también como si un prejuicio rondase sobre la calidad del cine nacional. Ya el año pasado algo se pudo intuir; si bien se dobló la cantidad de estrenos nacionales (13) con respecto al 2012, el público no respondió en asistencia. Se pueden apuntar problemas en las fechas de estreno, pero también se respira un aire de desesperanza en el público promedio para con la calidad de las historias y la formas del audiovisual nacional.
Para no caer en la generalización y achacar todo mal al ‘cine ecuatoriano’ –que sí vive un momento nunca antes visto en cuanto a producción y es aplaudido por ello-, vale destacar títulos que tuvieron aciertos desde sus intenciones: ‘Mono con gallinas’, ‘Ruta de la luna’, ‘Sin otoño, sin primavera’, ‘Mejor no hablar de ciertas cosas’ y ‘La muerte de Jaime Roldós’ (estas dos últimas con la más altas cifras de espectadores en sala) . Asimismo, los aspectos técnicos -fotografía, sonido, música, edición- dan cuenta de un desarrollo enorme.
Pero se podría decir que no todas las producciones nacionales cumplen con las bases para llegar a estrenarse en salas y más bien debería pensarse en formas alternativas y válidas de distribución y exhibición (circuitos de festivales, salas no comerciales, transmisión vía TV, la Internet); más, cuando se sigue proponiendo la rentabilidad social por lo económico, o la soberanía cultural por sobre contenidos de excelencia. No se trata solo de tener el afiche bajo las luminarias, sino de acompañar procesos y atravesarlos desde diferentes ángulos. De alguna forma, ‘Quito 2023’ llegó a prever esta condición, por lo que se aventuró, además de estrenar en salas, a lanzar el filme mediante la web.
Dicho esto ‘Quito 2023’-dirigida por Juan Fernando Moscoso y César Izurieta- es una película irregular, réproba en su hechura e ingenua en sus conceptos… cuyos puntos rescatables (la inmersión en un género nuevo en la cinematografía local y la producción de arte) no la salvan de su propuesta plana de futuro y distopía. Las situaciones de tensión devienen en caricatura por un fallo interpretativo, por una dirección ‘naif’, por un ritmo entrecortado dada la falta de reacciones y la nula fluidez en los diálogos.
Los intérpretes dicen su roles, no los actúan… lo que presupone un escaso acercamiento de los directores hacia el elenco. Los personajes se construyen de poses (físicas y gestuales, pero también de comportamiento), no se sienten, son seres difusos –sin buscar serlo- desde el mismo planteamiento en el guión. Un guión además que peca de excesos, fragmentos y pasajes gratuitos que restan en cualquier estructura narrativa y que hacen incrédula la historia.
Puede ser que, individualmente, algunos actores logren aciertos en su ‘performance’, pero es la relación entre ellos lo que menoscaba cualquier intento y trunca las intenciones. ¿Qué edecán calla a un ‘cruel’ autócrata?
La indefinición y las limitaciones parecen ser el mal de ‘Quito 2023’. Conceptos tibios, personajes sin propósitos, acciones irrelevantes, lucha sin lucha (un totalitarismo inocuo, una rebeldía sin asiento ideológico, insustancial)… Tan difusa es la narrativa de la película que el recurso que más se explota es que los personajes cuenten lo que no se puede ver.
Además, esa reconstrucción de hechos que el espectador llega a intuir se da de forma entrecortada y resuelta con desmaña.
Existe una limitación de recursos que afecta directamente al producto, a las pretensiones del producto. La película muere sobre sus posibilidades. Para contrarrestar cualquier adversidad económica se decidió rebajar el número de locaciones a dos; y si bien existe un esfuerzo en la ambientación de esos espacios, es el uso que se hace de ellos el que perturba. Luces que brillan sin explicación alguna, aplastar botones por aplastar botones, son acciones que no justifican sino solo la pérdida de tiempo en cámaras.
Si bien de trata de cumplir sueños –de los realizadores, de la gente involucrada (ellos están en su derecho de hacerlo)-, ya no se puede ceder a la condescendencia. Se busca calidad, se buscan historias, ya no otro número más en la estadística, ya no filmes que sumen en el prejuicio del espectador para con el cine ‘ecuatoriano’.