A mediados de los 70, el punk explotó en Gran Bretaña. Era un género que ideológicamente desafiaba la norma social y que musicalmente -por su tendencia a los ritmos veloces- rompía nexos con la nueva ola de metal pesado que también empezaba a dominar en las preferencias musicales de la contracultura.
En esos territorios, el cisma entre ambos era irreconciliable. Sin embargo, gracias al intercambio de correos con cintas entre continentes, estos géneros encontraron -especialmente en las calles de San Francisco, EE.UU.- suelo fértil para una suerte de matrimonio entre punk y heavy metal.
Así, en la nueva década, los que se nutrieron de ambos estilos -la mayoría jóvenes de clase obrera que no superaban los 20 años- empezaron a conformar bandas lejos de la división que pudo caracterizar a sus contemporáneos ingleses.
Una de ellas fue Metallica, en 1981. Así empezó un camino dentro del género que se acuñó desde entonces como thrash metal. De a poco y sin mayor apoyo mediático, este estilo fomentó un culto que también tuvo eco en otras tierras. Así por ejemplo, tres años después de que se fundara Metallica, en Quito nacía Narcosis.
Según Alfredo Carvajal -líder de esta banda, que fue una de los pioneras del género en Ecuador- lo que diferenciaba a los primeros ‘thrasheros’ ‘gringos’ de los nacionales eran las limitaciones de los últimos para poder tocar y conseguir instrumentos y equipos de amplificación.
Así también, en ambas latitudes hubo motivaciones de carácter social para componer. En Ecuador el combustible era un enojo contra el gobierno de turno (León Febres-Cordero) y las limitaciones económicas.
En EE.UU. -y específicamente con Metallica- el contexto familiar era el eje en la producción de las primera obras. Salvo por Lars Ulrich, baterista que provenía de una familia acomodada, el resto de componentes iniciales del grupo venía de familias con problemas propios de la desventaja social. A James Hetfield (guitarra y voz), por ejemplo, lo marcó la muerte de su madre y su crianza dentro del cristianismo ortodoxo.
Por otra parte, Dave Mustaine (ex guitarrista) vivió en un hogar donde recibía abusos de todo tipo. Por eso, cuando estos compositores empleaban simbolismos apegados a lo siniestro, con música que sus padres consideraban violenta, era porque estaban genuinamente enfadados. Sin embargo, ese enojo empezó a transformarse cuando la música se convirtió en una empresa.
“En un principio, hacer música era una necesidad genuina. Estaba basada en problemas que propiciaron la creatividad. Posteriormente, lo que se ha hecho es mantener el negocio; una lógica atrofiada de creación”, así analiza la carrera de Metallica el catedrático Carlos Aulestia, al pensar en las “inconsistencias” discográficas del grupo. Placas (de 1996 al 2003) que hacen que ‘thrasheros’ como Carvajal consideren que la banda se haya vendido.
El mismo Hetfield ha confesado en varias ocasiones que es difícil mantenerse enojado cuando se recibe un endiosamiento por parte de las masas. Y si se habla del público, Aulestia reconoce en Metallica operaciones de tipo ritual (códigos como vestimenta, luces, baile o acampar para tener buen puesto) que ubicarían a un show así en un nivel religioso, desde el punto de vista antropológico.
Por eso, el fenómeno de Metallica radicaría en que pese al romance del grupo con música más accesible, los metaleros más ortodoxos siguen reverenciando el material previo. Ambas facciones se encuentran en cada concierto de Metallica. Así, de manera ritual, se celebrará este martes (18 de marzo de 2014) la ceremonia de una entidad producto de una juventud disfuncional que hoy maneja un emporio de entretenimiento internacional.
Mire un especial multimedia de Metallica
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