Los organizadores del concierto de Sir Elton John llamaron a Luis Verdugo dos semanas antes de la fecha del concierto con un particular pedido.
Al luthier cuencano, le solicitaron afinar el piano del músico. Aceptó. Del cantante británico, Luis Verdugo conoce poco, lo único que sabe es que el instrumento musical a afinar ronda el millón de dólares.
Así, la vida de Luis Verdugo ha estado plagada de logros. El 17 de enero de 1995, en el Auditorio de las Cámaras de Quito, sonaron las notas inaugurales del primer piano de media cola construido en Ecuador. Obra ideada, construida y ejecutada por Verdugo, con su familia como único apoyo.
“Hubiera querido ver a mi padre (que para ese entonces ya había fallecido) sentado en la primera fila en ese concierto”, confiesa Verduro con aire entre triste y nostálgico. Ese día Luis cumplió uno de los ideales de su padre Daniel Verdugo Álvarez, elaborar un instrumento de este tipo con insumos- madera y piezas- y mano de obra nacionales.
Su carrera en el distintivo campo de la pianotecnia, empezó a los 9 años, de la mano de su papá, quien fue pionero en la fabricación de instrumentos de teclado en el país. Gracias a él, resalta Verdugo dirigiendo su mirada hacia un retrato que cuelga de una columna en la sala de su casa, también se inició en la música.
Después de regresar de la escuela, en lugar de salir a la calle a jugar, se instalaba en la cocina de su casa en Cuenca y tocaba el clarinete, y más tarde el piano.
Con la inquietud de convertirse en concertista viajó a Quito y aplicó para ingresar al Conservatorio Nacional de Música. No lo consiguió. “¿Sabe por qué no me aceptaron? Porque era chagra” suelta con resignación el experimentado luthier.
Aún así, su viaje a Quito le entregó una especie de ‘revelación’. María de Lourdes Cordejo, monja del Colegio Rumipamba, a quien había conocido tiempo atrás, le ofreció un trabajo para arreglar 15 pianos. Tiempo después le solicitaron el arreglo de 15 más. Esto señaló su ruta, no de músico, sino de en el ámbito de la ‘tecnología de pianos’.
Ejerciendo esta profesión, que “le ha colmado de dicha y de alegría”, laboró durante 34 años en el Conservatorio Nacional, por iniciativa del Maestro Luis Humberto Salgado. Su oficio de luthier le permitió también, en 1953, cuando apenas había cruzado la frontera de las dos décadas, afinar los pianos de Arthur Rubinstein y Claudio Abreu.
En la pintoresca sala de la casa de Verdugo, las paredes lucen atiborradas, hay cuadros, retratos, fotografías, reconocimientos y recortes de artículos de periódico enmarcados. Un par de esos recortes están escritos en una lengua extranjera y muestran imágenes del luthier junto a Boris Cepeda y un piano negro.
Estas piezas periodísticas que conserva con tanto ahínco, remiten a la época en la que, en el 2006 en plena fiebre mundialista y a propósito de la clasificación de la Selección de Ecuador, realizó una gira por seis ciudades alemanas mostrando el maravilloso sonido del piano nacional.
Después de construir el piano de media cola Luis Verdugo no se conformó. Asumió un reto mayor, elaborar- pieza por pieza, armado a mano y nuevamente con materiales ecuatorianos, en un proceso que toma al menos un año y medio- un titánico piano de cola.
La obra final reside en el Conservatorio Nacional a disposición de Anjela Rushanian maestra de piano, junto a otro del mismo tipo que erigió después. En total son cincos los instrumentos de este tipo que se suman a sus logros. Uno de ellos lo adquirió el pianista francés Pascal de Neuville y otro reposa en su taller, que ahora conduce su hijo Daniel.
Al entrar a la casa de Luis recibe al visitante un ensombrecido corredor. Una puerta de vidrio y metal da la bienvenida a la sala. En la esquina, a la derecha de la entrada y bañado por la luz que entra por dos amplias ventanas, está el quinto y último ejemplar de piano de cola, marca Verdugo e Hijo.
El experto, vestido elegantísimo con un traje azul marino, chaleco a juego y corbata gris, descubre su magnifica creación cubierta con una tela marrón. La brillantez azabache del colosal piano llena todo el espacio. En un extremo del instrumento en letras doradas perfectas se lee: Verdugo e Hijo. Ecuador.
Luis levanta la tapa develando las entrañas mágicas de su querido instrumento. Toma asiento. Toca casi de corrido dos melodías- canciones sin nombre dice él- de composición propia. El sonido es nítido y ligero, preciso y singular, limpio….perfecto.
“El mundo se perdió de ver a un gran concertista”, dice sonriendo levemente. Ahora, a sus 82 años, ya no toca tan a menudo. Sus manos ya no son ágiles, minadas por la dureza de su trabajo. Siendo luthier entregó su vida en beneficio del arte.