Las cantoras del valle del Chota solemnizan la Semana Santa

En la comuna de  El Chota, en Ibarra,  la tradición de  las cantoras se  mantiene vigente.

En la comuna de El Chota, en Ibarra, la tradición de las cantoras se mantiene vigente.

En la comuna de El Chota, en Ibarra, la tradición de las cantoras se mantiene vigente. Foto: Francisco Espinoza para EL COMERCIO

Marta Calderón creció escuchando cómo Germán, su padre, cantaba súplicas a Dios por la salvación de las almas. El progenitor, ya fallecido, era el ‘animero’ de la comuna El Chota, situada en el norte de Ibarra.

Hoy, Calderón es una de las 10 cantoras que protagonizan las ceremonias religiosas de esta parcialidad, que se levanta a orillas del correntoso río que le da nombre al caluroso valle. Lleva 15 de sus 47 años de edad participando en estos ritos cristianos. Sin embargo, no es la única de la familia en preservar la tradición. A su hermana, Miryan, también le atrajo esta devoción religiosa.

En las comunas afroecuatorianas del valle de El Chota y la cuenca del río Mira, las cantoras tienen un rol importante en el ámbito eclesiástico, asegura el investigador Iván Pabón. En el libro 'Etnohistoria, cultura y saberes ancestrales de las comunidades afroecuatorianas de El Chota, Salinas, La Concepción y Guallupe', se reseña que estas mujeres cantan salves en ritos como el Siete Palabras, el tradicional sermón del Viernes Santo.

Hay un total de siete salves, una por cada frase que Jesús pronunció durante la crucifixión. Ya todo está consumado, la sexta palabra es la que más conmueve a Miryan Calderón. “Ya todo está consumado/nos pronuncia el Salvador/ya agoniza nuestro padre/misericordia señor”, canta con un tono lastimero.

En la comuna El Chota, este arte musical tiene más de siete décadas. Cuando apenas tenía 10 años, Zoila Espinoza, una de las cantoras más experimentadas, aprendió las tonadas de Valentina Padilla. Esta matrona no sabía leer ni escribir. Pero era una verdadera biblioteca que guardaba las letras y los ritmos en su memoria, como el más grande tesoro.

Padilla era oriunda de la parcialidad de La Concepción y estaba radicada en Mascarilla, cantón Mira. Cada domingo, en su casa recibía a sus discípulas de El Chota. Las pequeñas llegaban de la manos de los líderes del sector como José Méndez, Salomón Chalá o José Espinoza para que aprendan el secreto del canto religioso.

Las letras y las tonadas son similares a los de La Concepción, explica Zoila Espinoza, de 83 años. En un cuaderno conserva los estribillos que con esmero le enseñó Padilla. Espinoza, quien fue nombrada guardiana de los saberes de los afrodescendientes de la Sierra norte, se encargó de transmitir los conocimientos a las nuevas intérpretes, como las hermanas Calderón.

En El Chota, un poblado de casas de una planta, que parecen haberse detenido en el tiempo, las cantoras son verdaderos personajes.  También actúan en el Día de los Difuntos y en Navidad, recuerda Cremelia Chalá. En un libro, que tiene las hojas amarillentas y oscurecidas por el tiempo, está la mayoría de melodías afros para estas dos conmemoraciones cristianas.

El grupo de intérpretes no solo está presente en estas fechas. El investigador Pabón señala que también cumplen una labor solidaria. “Siempre asisten a los velorios y traslados -fúnebres-. Son las encargadas de rezar por las personas fallecidas”.

Por estos días de la Semana Mayor también resaltan los Santos Varones. Son personajes que en El Chota visten de blanco y portan un cirio encendido. Se encargan de recrear el descendimiento de Jesús desde la cruz. En el último grupo resalta Ermelinda Calderón, la única mujer que heredó la centenaria tradición que era exclusiva para los hombres.

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