La disputa por recursos rediseña la geopolítica

China y Japón pelean por las islas Senkaku/Diaoyu. Foto: http://www.imart.co.jp

China y Japón pelean por las islas Senkaku/Diaoyu. Foto: http://www.imart.co.jp

China y Japón pelean por las islas Senkaku/Diaoyu. Foto: http://www.imart.co.jp

Veinte y seis años después del fin de la Guerra Fría, el mundo se encamina a una nueva era en que la competencia por los recursos naturales vitales dominará los conflictos. Gran parte de esa disputa será por el agua, el petróleo y el gas y tendrá lugar en Asia central y el mar Caspio, donde esos recursos siguen siendo abundantes.

En este escenario no solo Estados Unidos se prepara para esos enfrentamientos, sino que todas las potencias regionales se esfuerzan por proteger o aumentar su acceso a recursos vitales para la próxima generación.

Michael Klare, en su libro ‘Guerras por los recursos: el nuevo paisaje de conflictos mundiales’, afirma que con el fin de la Guerra Fría, la cuestión de los recursos recuperó su papel central en la planificación militar.

No hay que escarbar mucho para encontrar ejemplos en los que se alega que las luchas por las reservas naturales están en el centro de confrontaciones militares. En los mares asiáticos, el comercio es el más intenso del mundo, pero también lo son los conflictos de soberanía que permanecen abiertos y que están originando otra lamentable carrera armamentística.

A diferencia de Europa, donde el control territorial ha sido el principio organizador del poder, Asia es un espacio geográfico en el que el agua, desde el Pacífico hasta el Índico, pasando por los mares de China y el estrecho de Malaca, es el elemento que organiza las interacciones entre Estados. Así lo señala Federico Merke, catedrático de relaciones internacionales.

Controlar el mar ha sido una parte muy importante de la historia soberana de estos países. Y esta parece ser la nueva preocupación de China. El nacionalismo es un fenómeno de muchas cabezas. A veces toma fuerza cuando las cosas están mal y produce un Trump o un Brexit. Otras veces crece en pueblos que buscan revancha y aparece un Putin. Pero el nacionalismo chino, hoy en ascenso, tiene otro rostro, opina Merke.

Una refinería de petróleo al norte de Iraq es custodiada ante posibles ataques de los yihadistas.

China es un país cada vez más poderoso que no se contenta con su dimensión continental y que busca proyectarse al mar. Un mar muy celosamente cuidado por Estados Unidos y, también, por los países del sur de China.

La creciente rivalidad entre China y Japón, legado de la sangrienta guerra que los enfrentó el siglo pasado y cuyas heridas aún no terminaron de cicatrizar, escaló en los últimos meses y amenaza con inflamar las tensiones en el vecindario asiático.

El foco de discordia son las islas Senkaku, un puñado de islas y peñones deshabitados situados en el mar de China Meridional y cuya soberanía es reclamada desde hace décadas por Pekín, Tokio y Taipéi. Aparentemente, en torno de ellas habría importantes reservas de hidrocarburos. China ha reaccionado en respuesta a los planes de Japón de aumentar su presencia en el codiciado mar del sur de China a través de ejercicios conjuntos con Filipinas y Vietnam, dos vecinos rivales de Pekín.

Para dimensionar la importancia estratégica del Mar del Sur de China, basta con recordar que cada año pasan por sus rutas marítimas barcos con mercancías valuadas en cerca de cinco billones de dólares. Se trata además de un mar que se sospecha que guarda bajo su superficie cantidades colosales de recursos naturales (pesca, gas y petróleo). Es un mar que China percibe como un problema de soberanía y que Estados Unidos entiende como un problema de libre navegación. Un mar que también es reclamado, en parte, por Vietnam, Taiwán, Filipinas, Malasia, Brunéi e Indonesia. Si se agrega que en ese mar hay pequeñas masas de tierra que China afirma que son islas, los ingredientes para el conflicto están en la mesa.

Guiada por sus ambiciosos objetivos estratégicos de largo plazo, que incluyen la erosión de EE.UU. de lo que considera su patio trasero, China emprendió hace algunos años la construcción de islas artificiales en el Mar del Sur de China, que luego convirtió en bases aeronavales. Allí desplegó también su poderoso armamento militar.

A fines del 2016, imágenes de satélite mostraron que China instaló sistemas de armas antiaéreas en las siete islas artificiales que construyó.

En el fondo de la disputa hay otra razón: el mar de China Meridional es clave desde el punto de vista geoestratégico, para China, que tiene entre sus objetivos de Defensa el establecimiento de una Marina militar puntera, el mar del sur representa una salida natural para su flota en ruta hacia el Índico. Estados Unidos, que ha declarado el “pívot” hacia Asia Pacífico de su política exterior y defensiva, no quiere cederle fácilmente el control de un área de intenso tráfico marítimo.

Pero el petróleo y el gas extranjeros no son los únicos recursos que pueden ser causa de conflictos, observa Michael Klare. La lucha por el agua dulce también puede volverse más desesperada en los próximos años, simplemente porque la demanda está superando rápidamente a la oferta en vastas áreas que se extienden desde el Noráfrica hasta Asia Meridional.

En 2014, por ejemplo, los yihadistas del Estado Islámico en Iraq consiguieron adueñarse de un arma poderosa, mucho más necesaria que el petróleo, los tanques y los fusiles: el agua. Los islamistas radicales de Abu Bakr al-Baghdadi han ido tomando control de la mayoría de las obras hidráulicas construidas a lo largo del Tigris, como represas eléctricas y vastos embalses al norte de Mosul y Tikrit. Pocas semanas antes habían hecho lo mismo al entrar en Fallujah, situada a la vera del Éufrates.

Hoy, el EI controla centenares de miles de metros cúbicos del llamado “oro azul” en Iraq. El Estado Islámico también controla la mayoría de las regiones productoras de petróleo de Siria. La venta de petróleo y gas de los campos que controla le generan USD dos millones diarios.

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