Diane y Fernando, los activistas transexuales que se convirtieron en padres

Diane y Fernando son activistas transexuales, ellos se convirtieron en padres hace poco. Ahora combinan su tiempo entre cuidar a su hijo y el activismo

Diane y Fernando son activistas transexuales, ellos se convirtieron en padres hace poco. Ahora combinan su tiempo entre cuidar a su hijo y el activismo

Diane y Fernando son activistas transexuales, ellos se convirtieron en padres hace poco. Ahora combinan su tiempo entre cuidar a su hijo y el activismo. Foto: Mario Faustos/EL COMERCIO

Cada vez que se acerca a besarlo no puede evitar darle una delicada caricia con su barba. “¿Cómo está mi caraote?”, le dice Fernando a su hijo, tratando de suavizar su voz varonil. Hace una semana entró al quirófano para una cesárea y ahora carga tiernamente entre sus brazos a su primogénito. “Es algo increíble, es el milagro de la vida”, cuenta mientras mece al bebé en una carriola rosa.

Fernando Machado es un activista transmasculino. Nació mujer pero confiesa que siempre se sintió hombre y siguió una terapia de hormonización para adaptar rasgos más masculinos.

Hace poco más de un año dejó su natal Venezuela para radiarse en Guayaquil, donde conoció a Diane Rodríguez, fundadora de la asociación Silueta X y activista transfemenina. Nació hombre, pero siempre se sintió mujer y moldeó su cuerpo con hormonas y cirugías para lograr una figura voluptuosa.

Por medio de una sesión de fotos, Diane y Fernando cuestionaron los roles masculinos y femeninos impuestos por la sociedad. Foto: Cortesía Diane Rodríguez y Fernando Machado.

Su relación hizo estallar las redes sociales, en especial cuando publicaron en Twitter una ecografía anunciando que se convertirían en padres. Su historia incluso enganchó a medios internacionales, como la CNN y Discovery Channel, canales que vivieron días junto a ellos recopilando gran parte del embarazo, el parto y los primeros días del recién nacido. “Dicen que se parece a mí -cuenta Diane, con orgullo-, pero tiene la boca y el color de piel de Fernando”.

Ahora dividen su tiempo entre los cuidados de su hijo y sus actividades cotidianas, como la asesoría en tema de derechos con grupos Glbti (gays, lesbianas, bisexuales, transexuales e intersexuales) o la preparación del desfile del Orgullo Gay en Guayaquil, del que esperan ser parte con su pequeño.

“Este es el primer caso público de un hijo de padres transexuales, pero hay más -asegura la activista-. Lo que queremos es que relaciones como la nuestra, no solo trans sino entre gays, lesbianas, bisexuales y otras identidades de género y de orientación sexual, sean vistas como parte de la normativa. Si no nos hacemos visibles la gente seguirá viendo a las familias diversas como extrañas y no como parte de la sociedad”.

Diane está acoplándose a cargar con delicadeza al pequeñito que pesó 3 000 gramos y midió 47 centímetros cuando nació. Recuerda que la piel se le erizó al escuchar su llanto por primera vez. Ella pudo entrar al quirófano y abrazar a Fernando todo el tiempo, mientras los médicos hacían la cirugía.

Después de ese día sus vidas cambiaron un poco. Diane, quien además es sicóloga, trabaja desde casa y ya no pasa tanto tiempo en Silueta X ni viajando; y Fernando, un aventurero mochilero, no ha logrado dormir con facilidad en los últimos días por los cuidados del bebé: lavar su ropa, los teteros, el continuo cambio de pañales, prepara la leche…

Su madre viajó desde Venezuela para acompañarlo hasta esta semana y le dejó algunas indicaciones a las que empieza a adaptarse. Pero a más de la crianza de su hijo también piensa en recuperar pronto su abdomen tonificado y su pecho plano.
La familia además se acopla al nuevo departamento que alquiló y que está en proceso de decoración. Un cunero celeste resalta en la habitación del niño, donde conservan los regalos del baby shower del pasado 30 de abril.

La música infantil de un juguete suena como un antídoto contra los berrinches; aunque cerca del mediodía es difícil evitarlos: es la hora del hambre. Entonces el pequeñito se estira y encoge dentro de su trajecito colorido, y su piel se torna rojiza.

“Ahora está tomando como cuatro onzas diarias de leche, cada tres horas. También compramos un succionador para sacarme leche”, cuenta Fernando, vestido con una holgada camisa que oculta su abultado pecho. “Es leche paterna”, dice entre bromas Diane.

Definir quién es el padre y quién la madre no les preocupa. Y para demostrarlo recurrieron a una sesión de fotos poco antes del nacimiento. Ella usó la camisa que ahora Fernando lleva puesta. Y él dejó al descubierto su enrome vientre, usando un faldón verde de Diane.

“Durante todo el embarazo a Fernando le decían: ‘él es mujer y punto’, ‘él es ella’. Y decidimos vestirnos con ese sentido, demostrando que, a pesar de que Fernando se ponga un vestido no pierde su masculinidad; como yo no pierdo mi feminidad si uso un terno”.

“Y aún así hubo muchas críticas -continúa Fernando-. Las críticas ya no son porque seamos transexuales o porque tengamos al bebé; ahora son por cualquier cosa”. Por eso ambos prefieren dejar a un lado los comentarios y disfrutar de los pucheros y risas de su hijo, de arrullarlo y ver sus ojos vivaces.

“Sabemos que en cualquier momento de su vida sentirá algún tipo de discriminación: si el alto o bajo, si es blanco o negro. Solo vamos a procurar que sea feliz -comenta Fernando, sin dejar de mirarlo-. Pienso mostrarle los caminos para que él elija y le apoyaremos en todo lo que decida. Si quiere ser mochilero, que sea mochilero”, y sonríe.

Cuando alguien pregunta por su nombre, aún no aciertan con una respuesta. Diane dice que están buscando uno que sea especial, que resuma su lucha en el activismo Glbti.

“Luego él decidirá si lo quiere cambiar. Como yo, a los 18 años decidí cambiar mi nombre Luis Benedicto por Diane Marie. Así mismo, ya sea que cambie su nombre de masculino a masculino o de masculino a femenino, porque no sabemos si sea como nosotros; eso lo decidirá él o ella a lo largo de su vida”.

Por ahora es, simplemente, su Caraote. “Cuando lo vimos en el primer eco era pequeñito, como una caraota; así conocemos los venezolanos a los fréjoles”, dice Fernando. “Solo que no sabíamos si era una caraota o un caraote”.

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