El el día a día, los trabajadores y comerciantes fomentan un vínculo de amistad de varios años. Foto: Santiago Sarango/EL COMERCIO
Una jornada laboral puede ocurrir de dos maneras: lenta y extenuante o ligera y entretenida. Si se desea lo segundo, la timidez debe quedar en segundo plano, pues para no sentir pesado el día se necesita de mucho ‘ñeque’ y ser un amigo al trabajar.
Así lo creen tres tipos de obreros ecuatorianos, quienes haciendo alusión al Día del Amor y la Amistad, reconocen que el vínculo con los ‘camaradas’ a veces resulta un espacio de vida para disfrutar, conocer y valorar al ser humano como un amigo y hasta como un ‘hermano’.
En sus 40 años como transportista, Luis Sánchez ha aprendido a apreciar las labores en equipo. Luego de pasar varias décadas manejando en distantes carreteras hoy en día prefiere ser conductor de transporte urbano y conversar con su ayudante.
El conductor conoce todas las vías del país y manejó todo tipo automotor pesado. Sin embargo, en todos esos años no pudo compartir con alguien que “cuente algo” mientras viajaba. Fue un camionero solitario, una característica común en esa profesión. Por eso cuando se le presentó la oportunidad de ser el responsable de un bus urbano no lo pensó dos veces y aceptó el reto.
“Nuestra ocupación empieza en la madrugada . Antes de salir el alba ya estamos en la unidad. Salimos de casa con el cielo oscuro y volvemos a casa de igual manera. Para hacer más llevadera la jornada, conversar es algo que nos permite avanzar sin pensar en lo largo del día”, agrega.
Andrea Gualotuña, recaudadora de turno, comparte el criterio del chofer y añade que desempeñarse en un bus puede ser una experiencia enriquecedora si se aprende a valorar los consejos de las personas. Ella lleva con Sánchez más de un mes en la unidad y recorren la ruta Pisullí- Estadio Olímpico.
La mujer de 25 años comenta que empezó como recaudadora a los 18 años. En sus inicios, recuerda, tenía turnos que iban desde la madrugada hasta casi la medianoche. Ahora, su tiempo de trabajo no sobrepasa las ocho horas. Eso es algo que le “favorece mucho” pues le permite atender mejor sus responsabilidades como madre.
“Aquí crecemos como personas. Se aprende y se valora cada día. Sabes que el sacrificio de pasar lejos de casa tendrá su recompensa si mantienes tu mente clara. A veces los choferes, los más antiguos, son buenos consejeros que permiten a los jóvenes aprender y eso hay que aprovechar”, sostiene Gualotuña.
Precisamente, esa combinación entre una persona experimentada y alguien que se inicia en un oficio también es un espacio propicio para la amistad. Por ejemplo, en un centro comercial, la relación entre comerciantes puede verse alejada por la competitividad o fortalecida por la convivencia. Para Héctor Cayambe, vendedor de ropa del Centro Comercial Hno. Miguel, en el Centro Histórico de Quito, los dos ambientes son reales en cualquier espacio laboral.
Leonor Cando y Héctor Cayambe comparten sus espacios de trabajo en el Centro Comercial Hno. Miguel. Foto: Santiago Sarango/El COMERCIO
“Que te envidien es fácil y no porque uno desee que sea así. Es algo que ocurre por la naturaleza de tu emprendimiento. Es decir, nos separa un par de metros entre local y local, uno vende y el otro no. Si tu vecino no lo ve como un negocio puede tomárselo como personal y alejarse de ti”, agrega Cayambe.
Aunque ese escenario adverso puede suscitarse cuando se inicia en el comercio, para Cayambe es más importante valorar la gente que ayuda a crecer. Por su local de ropa ha tenido la oportunidad de conocer y hablar con todo tipo de personas. El compromiso de ofrecer un buen producto, con cortesía y honestidad, es algo que le ha permitido consolidar su negocio, además de la simpatía de otros vendedores.
Entre risas y ocurrencias, Cayambe dialoga de cómo va el país, de las ocurrencias de un cliente, el clima, etc. Si existe la confianza adecuada, hasta una anécdota familiar puede comentarse sin reserva.
A Leonor Cando, de 63 años, lo último le ha costado un poco. Lograr la confianza total entre compañeros es algo delicado, menciona. Sin embargo, siempre la buena energía que le pone a su quehacer le ayuda a mantener relaciones cordiales con todos.
Cando lleva más de 40 años de comerciante y el día a día le ha dejado una que otra amistad. “Vengo a mi puesto con actitud positiva y así trato de mantenerme. A los vecinos siempre les brindamos un saludo alegre, con energía, que nos ayude a todos a darnos ánimos y seguir”, agrega.
En su local vende todo tipo de prendas. Desde zapatos para niños hasta ropa para mujer. Su local está frente al de Cayambe y eso ayudó a crear una relación cordial entre ambos. La diferencia generacional no ha significado un obstáculo en su caso, más bien, es una posibilidad para mostrar la solidaridad y el interés por el prójimo.
Para Ana Fabiola Mena, propietaria de un negocio de jugos en el Mercado Central de Quito, interesarse en el trabajo por los demás es algo importante. Desde hace 28 años tiene su puesto en el mercado y por el lugar han pasado varios ayudantes. En la actualidad, su hermana Rosa, es su ‘compañera de fórmula‘.
Hace un año, Rosa se integró al puesto ubicado en la sección comidas del tradicional mercado capitalino. En ese pequeño cuadrante, cercado por grandes jarros de vidrio, extractores y lavaplatos, comparte con Ana el trajín diario.
“Aquí nos contamos las penas, las alegrías, lo que pasa con los hijos, en la familia. Mientras trabajamos estamos pendientes de cada una”, agrega Ana Fabiola.
Rosa Mena y Ana Mena atienden un negocio de jugos en el Mercado Central de Quito. Foto: Santiago Sarango/El COMERCIO
El ‘dueto’ se turna para ofrecer, atender y servir a los clientes. Algunos ya reconocen su producto y se acercan. Mientras las personas disfrutan de su bebida sin querer sale un tema de conversación. Desde política a consejos de salud, las hermanas Mena disfrutan de la brevedad de la presencia de los clientes. Una sonrisa y una ‘yapita’ ayudan a consolidar el vínculo para una próxima ocasión.
“Pasar todo el día con otra persona te puede dejar varias enseñanzas. Aprender a trabajar es una de ellas. Yo laboré en España como 10 años y ahora estoy tratando de darle una mano a mi hermana. Aquí las dos estamos compartiendo nuestras vidas y, por ejemplo, a asimilar aspectos como el saber que las mujeres podemos salir adelante. Ser modelo para los hijos y, sobre todo, ser el apoyo que todos necesitamos en los espacios donde nos ganamos la vida”, comenta Rosa Mena.