El Ballet Regional Folcosta interpretó valses, tonadas montuvias y amorfinos en la Casa de la Cultura de Guayaquil. Foto: Mario Faustos / EL COMERCIO
Del vals clásico a la polca de origen checo y al zapateo de herencia andaluza. Los bailes del folclor costeño se apropian del legado europeo para devolverlo a la escena con un sello festivo y criollo. También recrean estampas cotidianas o proponen nuevas alegorías en torno al pueblo montuvio.
Las agrupaciones guayaquileñas Folcosta y Retrovador montaron un espectáculo donde mostraron los diferentes estilos escénicos y estéticos de las danzas del Litoral, en una función a beneficio de los damnificados por el terremoto. Las dos compañías preparan una segunda presentación para el próximo 18 de junio.
El Ballet Regional Folcosta, con 43 años de trayectoria, comenzó la presentación, el pasado martes, con un baile de salón: un vals apaciguado de reminiscencia colonial. Y remató con una enérgica demostración de zapateo. La percusión del choque de tacones contra el entarimado reemplazó a la música y los bailarines zapatearon por el escenario, solo con movimientos de hombros y de polleras.
Los varones se presentaron ataviados como para un rodeo, con machete, sombrero, lazo al cinto, botas y espuelas. Y las mujeres, en polleras floreadas, como para una elección de la criolla bonita, en el último número de Pinceladas Guayasenses.
La acuarela de expresiones costumbristas, en la que los integrantes de la compañía intercalaron amorfinos y contrapuntos, tocó temas de la vida cotidiana del campesino, escenas de vaquería o duelos de machetes. “Hay una libertad para representar artísticamente a través del baile al campesino costeño, pero desde la investigación, el compromiso y la seriedad”, indicó Gonzalo Freire Silva, fundador del Ballet Regional Folcosta.
El coreógrafo apuntó que cada colectivo tiene una forma particular y una línea de trabajo para simbolizar la cultura, por lo que impulsan la creación de Instituto de Folclor Regional, que refrende los trabajos y brinde capacitación en el tema a los conjuntos que están en desarrollo.
En el intermedio, Folcosta interpretó Sueño de Espantapájaros, una pieza más alegórica. El grupo bailó, además de un vals, algunas tonadas montuvias y amorfinos con arreglos remozados.
“Hay una herramienta en el arte de la danza que se llama la proyección estética, que nos permite proponer coreografías que pueden estar al margen de la veracidad folclórica; pero hay unos parámetros estéticos que hay que controlar o cuidar”, indicó Freire.
La polca Guayaquil Artístico, composición de 1912, de Casemiro Arellano, abrió la intervención de la Compañía de Danzas Costeñas Retrovador.
Los bailarines, vestidos de blanco y celeste, centrados en una interpretación festiva del ritmo, se preocuparon por conservar la elegancia de las líneas con las manos al cinto y los codos abiertos, intercalando el zapateo, las vueltas y el baile de pareja.
La compañía, que tiene una trayectoria de 29 años, continuó con un cuadro de chigualos, pero ya con la vestimenta más colorida: los hombres usando sombreros y pañolones al cuello; las mujeres, con flores en el pelo.
Música de clásicos montuvios como La Pájara Pinta, bailado en tono de ronda infantil, hizo parte de la presentación. El chigualo es mezcla de juego, baile y canción, explicó el folclorista Wilman Ordóñez, director de Retrovador.
El cuadro también estuvo musicalizado por ritmos de amorfinos, de sonido añejo y festivo, que hablaban en doble sentido “de la virtud de las iguanas” o “de dónde vienen los gallinazos”. Y movimientos coreográficos que en cierto punto también emulaban a los animales a los que se referían las letras de las canciones.