Los viajes de Stuart Williamson

Stuart Williamson.

Stuart Williamson.

No es la similitud física lo que obsesiona a Stuart Williamson, cuando, por cinco o hasta siete horas seguidas, se encierra en un estudio para moldear la arcilla que será la base de una escultura. Es la esencia. ¿El espíritu? “La presencia”, dice él. “El alma”, dice su esposa. Ese ‘algo’, inasible y con múltiples nombres, que trasciende la apariencia física y que solo se consigue cuando se busca “desde dentro hacia fuera”'Williamson, artista inglés radicado en Quito, (en una luminosa casa, en las faldas del Ilaló), ha encontrado la palabra precisa para describir el proceso personal que atraviesa cuando trabaja en uno de sus famosos retratos de bronce o de cera, que encarnan a personajes históricos o contemporáneos. La palabra es ‘viaje’. “Lo llamo así porque olvido dónde comencé y no sé cuál será el final”, explica el artista, quien fuera, por más de diez años, ‘senior escultor’ del Museo Madame Tussauds de Londres.

El comienzo al que se refiere es siempre una estructura estándar. El cráneo humano, los músculos, los ligamentos: la base anatómica que, a lo largo del trayecto, adquirirá formas particulares y únicas. El final, que el artista no conoce pero intuye, puede ser una mirada que contenga la chispa de la ironía, un gesto que refleje la tribulación interna o una expresión que devele tenacidad.

Whitman y Bolívar

Hay viajes que han resultado especialmente desafiantes para él, que descubrió la escultura a sus 30 y que tiene mucho de autodidacta. El pedido de un profesor de literatura comparada, empeñado en llenar de bustos de famosos su jardín privado, llevó a Williamson a desembarcar en el universo de Walt Whitman.

Fue una aventura. “Whitman fue un profundo pensador, controversial. Fue un personaje fuertemente afectado por el tiempo que le tocó vivir”.Igual que con el resto de personajes, la búsqueda implicó acercarse a obras anteriores, dibujos, retratos, descripciones. En Internet, halló datos e imágenes sobre su estructura corporal, su estatura, sus gestos. Pero el ‘ángel’ de Whitman fue el resultado de la conjunción de todos esos datos, de la lectura de sus poemas y sus ensayos, de la interpretación de los mismos, de los sueños: en fin, del viaje al interior del poeta.

El pedido de hacer un Bolívar humano, que trascendiera el mito, fue otro desafío para este inglés, padre de mellizos de 8 años y casado con una escultora que, junto a sus hermanas –también escultoras– asistieron a Williamson en esta obra.

“Cuando vine a vivir en Sudamérica, un cliente privado de Venezuela (“que no es Chávez”, aclara entre risas), me pidió que esculpiera a Bolívar “el hombre”. “Trabajamos muy cerca, discutíamos todos los días”. Pero lo que realmente acercó a Williamson al Libertador fueron las descripciones que hicieran quienes lo conocieron de cerca. Los oficiales de Bolívar, por ejemplo.

“Hablaban de un hombre pequeño con enorme presencia y carisma. Era un hombre atractivo para las damas, con un excelente sentido del humor”.

El Libertador que surgió de la arcilla tiene una mirada a la que Williamson imprimió una expresión sutil de ironía. “Refleja un pensamiento no exento de humor”. El hombre que encargó la escultura quedó literalmente encantado por el resultado.

Para esculpir al poeta John Keats, el artista viajó (esta vez físicamente) a Inglaterra en un estudio en la costa, donde se recluyó por meses. Para lograr el Eugenio Espejo, que después donó al Museo Mena Caamaño, Williamson se adentró en la historia del país que lo acoge y buscó captar “los rasgos mestizos”, tan distintos a los que estaba acostumbrado a esculpir. Escogió un gesto determinado, casi desafiante.

No sabe aún quién será el siguiente personaje en nacer de la arcilla. Lo espera tranquilo, con el corazón listo para embarcar.

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