Cuando Sacha Rosero era niño, sus padres le hablaban únicamente en español. Este indígena Otavalo, oriundo de la comunidad de Peguche (Imbabura), creció creyendo que hablar quichua era lo peor. Sin embargo, Rosero aprendió a dominar el idioma materno con vecinos y amigos de su comunidad, a pesar que sus progenitores no estaban de acuerdo. “Ellos pensaron que enseñarnos la lengua hispana a mí y a mis cuatro hermanos nos garantizaría un mejor futuro”, asegura.
Con el tiempo, este otavaleño se convirtió en bilingüe pasivo: entendía las conversaciones en quichua, pero prefería no hablar. Rosero, al igual que muchos de sus coterráneos, emigró a EE.UU. y luego a Europa para trabajar en el comercio de artesanías y estudiar. Ya vive 20 años fuera del país, y hoy tiene una empresa de servicios informáticos, en España.
“Al conocer otras culturas y lenguas, me di cuenta de la importancia que tiene para mí el quichua. Es lo único que te da identidad”. |Ahora, Rosero dirige la Asociación Runapacha, que entre sus actividades propone una iniciativa llamada Kichwa Sisari. Es decir, recuperar el idioma indígena.
Para ello utilizan la Internet y las redes sociales. Runapacha creó el sitio www.kichwa.net, en donde se puede obtener la ayuda necesaria para aprender ese idioma. Las tutorías y consultas se hacen a través del Facebook (Otavalosonline Ecuador).
Según Runapacha, en cuatro meses del funcionamiento del portal y de la red registran 3,1 millones de visitantes. Los perfiles de la mayoría de visitantes pertenece a jóvenes. Sin embargo, en la zona rural del país las cosas siguen siendo distintas. Para Pacífico Fichamba, presidente de la Junta Parroquial de Miguel Egas (Peguche), la pérdida del idioma empieza en la familia. “Los padres ya no hablan en quichua a sus hijos, prefieren el español”.
Preocupados por este fenómeno, en este poblado de 4 800 habitantes, la Junta Parroquial optó por enseñar el idioma de forma obligatoria a niños que asisten a centros infantiles del MIES-Infa. Según Fichamba, esta decisión obligó a reemplazar a 20 madres comunitarias que se resistían hablar el idioma nativo.
Viviana Murguincho, coordinadora de desarrollo del Centro Mushuk Muyu (Nueva Semilla), asegura que ahora las clases son impartidas a los niños en quichua y en español. Ella está convencida de que los pequeños, hasta los 5 años, tienen habilidades para aprender dos o más idiomas. La Universidad de Otavalo también se suma a esta tarea. Según Carmen Chuquín, directora del Centro de Idiomas, la primera fase del Kichwa Sisari busca que los quichuahablantes se sientan orgullosos de su lengua. “Con la emigración por el comercio, conocen otras culturas por lo que se deteriora el uso del quichua”.
Para Chuquín, si este idioma no se revitaliza corre el riesgo de perderse. Hace cuatro años, precisamente, la Unesco incluyó al quichua entre los idiomas en peligro de extinción. Chuquín está consciente de que este trabajo es largo y calcula que tomará, al menos, tres generaciones o 50 años una revitalización plena.
Sacha Rosero también lo sabe y por eso trabaja para que esto no suceda; el cambio en su vida llegó con la maestría de revitalización de lenguas minoritarias, que cursó en la U. de Mondragón, España. “Ahí aprendí que el proceso de recuperación de las lenguas es un asunto del corazón”.