Un criterio prima en la selección que la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2011 realizó para reunir los ‘25 secretos mejor guardados de América Latina’: descubrir a los lectores y editores extranjeros, a aquellos potenciales escritores, relativamente conocidos en sus países, pero totalmente desconocidos fuera de ellos.
Dentro de ese número, que no tiene otro motivo sino los 25 años que cumple la FIL, se hallan tres escritores ecuatorianos. Si bien, viendo las edades de todos los autores no se relaciona un grupo generacional, los tres de acá comparten el año de nacimiento 1979; y algo curioso: dos vienen de Guayaquil y el otro de Milagro, o sea ‘al virar la esquina’. Se trata de Eduardo Varas, Miguel Antonio Chávez y Luis Alberto Bravo.
Ahora ya están en tierras mexicanas, pero días atrás pudimos hablar con ellos. Entramos en contacto por el Facebook. Y resulta que no solo es la edad lo que comparten sino algunos criterios con respecto a esta selección y a la literatura ‘ecuatoriana’.
Entre la modestia, la calma y la realidad, ellos no se sienten embajadores culturales del Ecuador; a lo sumo –dicen– representan a sus propias creaciones. “Yo viajo a la FIL sabiendo que me han invitado porque he hecho de la literatura algo propio, una excentricidad que exige de mí: oficio y tiempo”, dice Bravo, quien sabe que no viaja como un escritor que representa de algún modo al país o a la literatura del Ecuador. Y añade: “No asumo responsabilidades y no tengo sentimientos nacionalistas”.
En ese sentido Varas habla de una literatura enraizada en la literatura y no en un territorio y cree que lo que hace no representa a todo lo que se hace acá. De existir alguna invisibilidad sobre la literatura del país en otras latitudes, Chávez dice: “no es nuestra presencia la que levanta el manto sino lo que escribimos ahora y lo que escribiremos después”.
Sobre esa acusación de invisibilidad, no pesa negativa alguna para con el pasado literario sino la apertura de nuevas puertas, el asumir qué marca influencia y qué no tiene cabida en el universo personal de cada autor. Bravo ve esa invisibilidad como un ‘karma’ desgraciado, pues hay la oferta pero no hay la demanda. Chávez, como una lucha feroz en el mercado. Y Varas, quien en Argentina leyó un texto titulado ‘El manto de la invisibilidad’ que se magnificó en polémica, habla de un reconocimiento de que antes hubo aspectos extraliterarios más fuertes que la literatura.
Estos escritores que ya no buscan con avidez representar patrias y hablan de literaturas sin arraigo, son acaso ejemplo de que ya no nos miramos tanto al propio ombligo. Y, algo más, no hay necesidad de parricidio en ellos. Si no tienen padres a los cuales rendirles pleitesía, tampoco hay a quien matar. Bravo ve una actitud cobarde en el parricidio porque se ataca a quien ya no puede defenderse. Y Chávez va más allá al apuntar que la lucha ya no es con el antes sino con uno mismo y recuerda una escena de ‘Fight Club’.
Cine, música, autores extranjeros y contemporáneos, cultura pop… sus referentes son varios, amplísimos y distintos, son referentes propios de una época de tecnologías y de sociedad global. Y aún así no creen en cuestiones generacionales, que eso es una ilusión dicen, en vez de generaciones hay una especie de comunidad de autores que dialogan de forma personal, dicen.
Claro, los tres descubren relaciones entre esta lista de Guadalajara y casos anteriores como McOndo o Bogotá 39 y para pensarlas hablan del boom y de la intención o necesidad que pende sobre Latinoamérica de formar agrupaciones de escritores. No son ingenuos y saben de la proyección internacional, saben de lo que podría significar la publicación y el mercadeo.
Y así andan por Guadalajara hablando de cercanías y de diferencias con 22 escritores más, a algunos los conocen, con otros se envían e-mails y a pocos los han leído; pero todos están allí hablando de lo que hacen: escribir.
Eduardo Varas
Para él, ir a Guadalajara se trata de ir a mostrar literatura enraizada en la literatura y no en un territorio y cree que lo que hace no representa a todo lo que se hace acá. Sabe que esto puede significar un nuevo público.
Miguel Antonio Chávez
El oficio de escribir lo equipara con una lucha, que ya no es con el antes (los escritores y la literatura de generaciones anteriores), sino con él mismo y recuerda una escena de ‘Fight Club’, como ejemplo
Luis Alberto Bravo
“Yo viajo a la FIL sabiendo que me han invitado porque he hecho de la literatura algo propio, una excentricidad que exige de mí: oficio y tiempo”, dice. Además, cree que en el parricidio es algo de cobardía presente.