Juan Fernando Andrade es narrador y cronista. En el 2010 publicó ‘Hablas demasiado’(Alfaguara). También es músico.
Durante algún tiempo busqué el camino de regreso hacia el superhéroe de mi infancia: Superman. Como muchos, creo, nací en Metrópolis pero pronto entendí que la vida se parece más a Ciudad Gótica y me mudé al distrito del comisionado Gordon, donde pensé quedarme a vivir para siempre. Hasta que leí All Star Superman, la serie de 12 capítulos escrita por el escocés Grant Morrison, y decidí volver a casa, así sea de visita.
Morrison, autor de esa catedral llamada Arkham Asylum, hizo que el Hombre de Acero se enfermara de cáncer tras caer en una trampa de Lex Luthor y con ese giro lo volvió más poderoso que nunca antes. En esta versión de los hechos, el hijo de Krypton no solo muere, sabe que va a morir y aquello hace que nosotros, quizás por primera vez, podamos verlo a los ojos y tratar de entenderlo.
Con el tiempo en contra, Superman enfrenta sus sentimientos más básicos y, por lo tanto, humanos. Su amor por Luisa Lane, una fantasía que nunca podrá cumplir porque, sin importar que sea capaz de besarla sobre la superficie de la luna, él nació en otro planeta y jamás podrá envejecer a su lado. La impotencia ante la mortalidad de sus padres terrestres, a los que ni siquiera él pudo salvar de su destino natural. La soledad de saber que es el único de su especie en el universo. La cruz terrible de tener que hacer siempre lo correcto, incluso cuando lo sensato sería marcharse y abandonarnos a nuestra suerte, que es lo que merecemos.
All Star Superman se publicó originalmente entre los años 2005 y 2008. Ahora, los 12 capítulos pueden –y deben– leerse en dos volúmenes de DC Comics. En el prólogo del segundo libro, el guionista Mark Waid dice: “Los dioses alcanzan su poder haciendo que nosotros creamos en ellos. Superman alcanza su poder creyendo en nosotros”.
La lucidez y claridad de Waid son, qué duda cabe, súper-poderes también. Si los superhéroes son la mitología del siglo XX, Superman está al frente del Olimpo, pero no es ahí cuando lo queremos y lo respetamos, todo lo contrario, es cuando baja a la tierra y se faja como cualquiera de nosotros, cuando nos hace creer que no somos tan distintos.