Entre los muros de ladrillo visto, en los bajos de un edificio esquinero de las avenidas Eloy Alfaro y 6 de Diciembre, asoman unas letras amarillas: Estudio de actores. El nombre remite a Nueva York, a la Escuela del Método, de Elia Kazan, de Lee Strasberg, de Marlon Brando, y de otros tantos, pero selectos, que pasaron por sus clases y corredores.
Acá, esas letras amarillas dan nombre al proyecto del teatrista León Sierra Páez. A sus clases, al trabajo que realiza con jóvenes actores o al que hace con otros experimentados, para que retomen ritmo, intensidad, cuerpo. Además, ahora, el título denomina a una nueva empresa dentro de ese proyecto: el Estudio de actores es también una sala de teatro.
El espacio es breve, apenas una treintena de butacas y un tablado negro que delimita el lugar donde la representación escénica tendrá lugar. Pero solo el espacio es breve, pues las temporadas son extensas (en relación al medio nacional). Y es esta la apuesta de Sierra, no funciones por dos semanas o para sesiones, sino un tiempo que permita presenciar el desarrollo de una obra, de sus hacedores, de sus reflexiones…
Habrá sillas vacías sin duda, mas ante esa “sensación de fracaso”, el Estudio de actores se abre como un riesgo alejado de nociones comerciales. Un riesgo que se acrecenta aún más cuando se propone “mostrar un teatro vivo, grandes textos de dramaturgia contemporánea y de todos los tiempos” y “un teatro de actores, donde no engañemos al público con trucos baratos de puesta en escena, vestuario, maquillaje…”.
Con ‘La noche justo antes de los bosques’, del dramaturgo francés Bernard-Marie Koltès (1948 – 1989), se abrió el telón de la sala. En temporada desde diciembre del 2010, hasta marzo del 2011, este monólogo se presenta las noches de los viernes y sábados.
Una de esas noches, tras cruzar la pequeña puerta que separa el resto de la ciudad de la sala y llegado el momento, las luces se apagan y empieza un persistente sonido de lluvia. Apenas en calzoncillos aparece un hombre, un pobre diablo, extranjero y, más que solitario, solo…
Su cuerpo se muestra cansado, su voz desesperanzada. Al doblar la esquina aborda a otro, de quien el espectador acaso intuye su presencia. Entonces, una balacera de palabras se descarga…
Es la voz del actor quiteño Diego Coral la que lleva el texto de Koltès a la representación en el Estudio de actores. Una voz que se acompaña con la música en vivo de la guitarra de Pedro Barreiro.
De ese hombre que habla, sabemos que es extranjero. Él pide fuego, pero no fuma. Después busca una habitación… pide calor, busca contacto, pide comunicación, busca humanidad, ¿amor?
Durante 100 minutos, el texto de Koltès desgarra y devela su visión de la condición humana. Coral conlleva la dificultad de ese texto, aunque gaste intenciones en palabras de por sí ‘fuertes’ y se lo haga quiteño (el lugar y el tiempo son prescindibles en la obra de Koltès). Pero, lo hace suyo, en tono y cuerpo, a tal punto que angustia, estremece y proyecta una atmósfera de negación y desarraigo, cruel. Así también, el personaje, mientras se viste, asume su condición, aunque retorne a negarla ante el curso de los otros, de la sociedad, el mundo.
El discurso se mantiene intenso durante ‘La noche justo antes de los bosques’. Es una soledad que se muestra ebria y anhelante de un compañero. También es un grito en la ciudad, acaso el último previo a la inmovilidad, la conformidad y la homogeneización; asuntos que Koltès evadió, hasta su muerte, a los 41 años, y después de ella, con sus letras.
Su obra ahora está, al doblar la esquina, en el Estudio de actores. Después vendrán otras…