Un libro que más que un libro es un capítulo (un capítulo que se cierra). Más de 10 años de búsqueda, de preguntas, de descubrimientos. 104 fotos –y cada foto cumple la función de una nota o un verso– que componen un tango. Y es un tango triste, pero no es un libro triste: paradojas de la belleza. En fin, es un libro/tango que habla de un capítulo en la vida de Pablo Corral Vega.
Si la vida es tal como uno la recuerda, este libro realmente comenzó a armarse el abril lluvioso del 2000; en Buenos Aires. Así consta en la memoria de Pablo, quien un año antes había propuesto a National Geographic hacer un reportaje gráfico sobre el tango, y casi desde el primer momento en que entró en contacto con la movida tanguera se arrepintió de haberlo propuesto. Pero insistió, “trataba de encontrar algo que resuene dentro de mí”. Porque al principio, ni bien aterrizado en Buenos Aires, todo era tango ‘for export’: “Las faldas cortas, la sensualidad exagerada, las piernas al aire, los rostros orgásmicos me parecieron pobres, limitados. Y el tango, una anécdota del pasado”.
Hasta que llegó abril. Llovía afuera todo el tiempo, y también llovía adentro –“yo estaba muy triste”–, pero Pablo seguía adelante con el proyecto. Fue entonces que Tito Franquelo, a quien él no conocía y a quien ahora dedica el libro, lo invitó a sentarse con sus amigos de la milonga El Beso. Ahí fue cuando la primera estrofa de este libro/tango empezó a escribirse.
Ya no era el show, en El Beso la gente bailaba para sí misma, el tango al piso (sin las piruetas de las piernas en el aire), sin poses, de manera íntima. Desde entonces, hasta hace pocas semanas, con su cámara a cuestas, Pablo se internó en el laberinto de la noche porteña. Porque al tango se lo entiende mejor en la oscuridad. “Una época –recuerda, con la sonrisa nostálgica que le provoca hablar de esta experiencia– salía del hotel a eso de las once de la noche y regresaba a las seis o siete de la mañana, casi todos los días”.
En esa noche perpetua en la que se vive el tango, él conoció a las decenas de personajes que arman su composición. Como el ‘Flaco’ Dani, un setentón que hasta hace poco vivió con su madre, quien orgullosa le contaba a Pablo: “Mi nene es un pillín, está con una nena de 24 años”. O María Blanco, una reconocida bailarina que viaja por el mundo mostrando su arte tanguero. Más jóvenes o más viejos, profesionales que ven en el tango un medio de subsistencia o nostálgicos bohemios que no saben cómo vivir sin él… todos son adictos al género. Al menos eso dice Pablo, que los acompañó, los vio y los fotografió incontables veces en la noche porteña.
“Es muy difícil vivir el tango hasta que no has vivido experiencias personales duras, hasta que no has tratado de redimirte a través de la música”. Pablo lo dice porque sabe que detrás de cada rostro retratado por él hay una historia compleja: dobles vidas, huidas, romances clandestinos, algo ‘trucho’ (torcido) o inconfesable. Esa marginalidad, tan tanguera, casi se puede tocar en el centenar de imágenes que intentan aprehender esta experiencia vital.
Sería imposible siquiera atisbar el espíritu del tango, su entramado de filigrana, si en el libro solo hubiese fotos de gente bailando o cantando. ‘Tango’ no es ese libro. Por el contrario, solo el carnicero del barrio Mataderos con un costillar al hombro, la ternura del gesto de la pareja sentada en una banca de la Plaza de los dos Congresos, la mirada suspicaz de la muchacha cartonera sentada en el borde de la calle o el bazar improvisado de Pipa en el baño de la milonga Niño Bien pueden dotar de sentido a todo lo que pasa en la pista de baile.
También se hace difícil entenderlo si se desconoce su origen migrante. La gente que creó los primeros tangos había perdido su tierra, dejado a sus personas queridas en otro lado, estaba sola en un nuevo mundo.
Después de todos estos años de buscarlo, la conclusión más importante a la que ha llegado Pablo es que no existe ‘el’ tango. “Cada uno tiene su propio tango. Es decir, cada uno tiene su historia, sus dolores. El arte, la música, la tradición popular nos dan herramientas para procesar el dolor, para embellecerlo. El dolor crudo, carente de poesía, el dolor que solo duele sería insoportable. Y el tango es un esfuerzo por embellecer el dolor, hacerlo más humano y compartirlo”.
De sus noches de milonga, le queda la certeza de que el abrazo, es decir el baile, “es tan intenso que no se parece a ningún otro tipo de comunicación”, a nada que se pueda retratar o escribir… Pero Pablo Corral ha hecho el intento, lo vivió, lo sufrió, lo cantó y lo cuenta a su manera, para cerrar un capítulo de su vida, para embellecer el dolor.