Salgo del Centro de Arte Contemporáneo y ardo en ganas de expresarme, de contestar a todas esas cláusulas impuestas por un número de cédula que, primeramente, jamás he pedido… quiero reaccionar ante toda mi condición de “ciudadano”. Calle abajo hay muros blanquitos clamando por una intervención; también hay carteles que conducen mi comportamiento, pero no quiero verlos: cierro los ojos, pero en verdad los abro, no por impulso sedicioso anarquista, sino como acto de emancipación intelectual.
Un disparador de críticas, un despertador de conciencias, un motivador de reflexiones, eso es la muestra ‘Arte y política. La chispa que incendia la llanura’. Una serie de obras de arte contemporáneo que desde Brasil, Argentina, Francia, India y Ecuador expresa y enciende ideas.
‘Arte y política’ nada tiene que ver con monumentos real-socialistas, ni con propagandas al estilo Goebbles, menos con sistemas de adoctrinamiento ni movilizaciones ideológicas; sino con una noción de política comprendida, desde el campo estético, como una relación entre dos, como un espacio de encuentro de subjetividades. Y ese territorio se abre para la producción, movilización y actuación del arte.
Gabriela Rivadeneira es la directora de la muestra. Mientras veo una pintura, donde una fotografía de la huelga general en el Guayaquil de 1922 ha sido trasladada a la violeta de genciana sobre un lienzo, ella se aproxima, explica algo de su autor (Stefano Rubira) e intercambiamos algunas palabras. “Estos trabajos tienen la particularidad de servir de dispositivo para el pensamiento, son un enganche para estimular la curiosidad, interrogar al espectador y ponerle en una búsqueda de lo que hay detrás”.
Ella deja claro que no proponen un arte político sino que los artistas, en sus procesos de creación, están implícitos en una serie de elecciones que los construyen como sujetos en un medio estético y social; entonces, el sentido político es cómo ellos usaron todo eso.
La breve charla con ella deriva en la distinción que el filósofo francés Jacques Rancière hace de la política, lo político y lo policial: la política como un proceso de igualar a todos al mismo nivel, de romper los estamentos establecidos por lo policial, por esas estrategias de organización social.
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Así, las obras de la muestra distan del panfleto, no aplican un sentido unívoco y doctrinario, no asumen ninguna verdad oficial como la madre de la cultura.
Más bien, y ahí su sentido de arte, son ambiguas, ya por la diversidad participativa de sus creadores, ya porque asumen soportes comerciales y rutinarios para ir en contra de ellos, ya porque una luz estética pondera sobre una guía ideológica: porque cuestionan y no porque responden. Son amplificadoras de opiniones, son multiplicadoras de voces y son trasformadoras que causan que se encienda un ‘switch’.
Una botella de Coca Cola lleva, sobre el vidrio y bajo la etiqueta roja, las indicaciones para armar una bomba molotov. Una botella de vino reclama la ‘Aparición con vida de Julio LÓPEZ’ (doblemente desaparecido en Argentina, en 1976 y en el 2006). Una fotografía proyectada en negativo desaparece de la pantalla pero queda su rastro en nuestra retina. Un alfabeto que en lugar de cada letra propone el criptograma de muros que dividen ciudades y países es el medio para escribir una frase que se proyecta infinitamente. Un artista le interroga, por cartas, a ex jefes de Estado sobre supuestos secretos nucleares.
La muestra es también un planteamiento atemporal y evidencia de ello es que en un mismo espacio se mezclen obras que tratan la devaluación del Sucre (2000), la masacre obrera de Guayaquil (1922), las desapariciones en la dictadura argentina (1976), los años de la Comuna de París (1871); piezas que intervienen sobre la ‘Utopía’, de Tomás Moro, o sobre las gráficas por el V Centenario de la Conquista y Colonización de América, o sobre las acciones de la fundadora del Ejercito Rojo japonés. Es que la propuesta es que cualquier día es bueno para manifestarse, para salir de la matriz y trazar vías alternas, para activar un pensamiento crítico, para cambiarse el ‘chip’.
Acaso, ahora, ¿no llama la atención que: Quito haya sido escenario para un concierto de Manu Chao y Calle 13, quienes lanzan proclamas de índole político, a pesar de ser miga de múltiples críticas y adhesiones; que esa misma ciudad haya recibido marchas y contramarchas, que de una u otra forma incidieron en la rutina y cotidianidad de un jueves capitalino; que las opiniones sean tuiteadas y retuiteadas, aunque mentes limitadas terminen en el insulto fijo y la canallada virtual; que libros como ‘Reacciona’, ‘¡Indignaos!’ o ‘¡Comprometeos!’ se hallen en los anaqueles esperando ser leídos; que algo como Anonymous o el New Order sean pan caliente? Sí, llama la atención y todo eso puede leerse como síntoma del agotamiento de una idea trasnochada de civilización, de un desajuste en las relaciones humanas, de la celeridad del cambio, de la urgencia de acciones.
Y con esta muestra parece que una ola empieza a moverse por la ciudad: que encienda ideas, que incendie mentes como lo hace el arte. Tal vez sea una utopía, pero utopías perseguimos…
Sobre la muestra
La exposición estará abierta hasta el 13 de mayo en el Centro de Arte Contemporáneo (Luis Dávila y Montevideo, antiguo Hospital Militar). Entrada libre.
El proyecto recoge el trabajo de 11 artistas y colectivos nacionales e internacionales, entre ellos figuran: Cildo Meireles, Eric Baudelaire, Société Réaliste, Oscar Santillán y Adrián Balseca.