¿Para qué sirve una corona?

Testimonio de Sofía Lara, Srta. Confraternidad 2009 y periodista de EL COMERCIO

El momento en que escuché mi nombre no sentí la emoción que se supone que debe sentir alguien que acaba de ser nombrada reina. La banda celeste y la corona de señorita Confraternidad 2009 del certamen Reina de Quito no me dio la confianza de representar algo o a alguien. La decepción ya había comenzado días antes.

Tener esa corona en mi cabeza solo significaba que mis atributos físicos habían opacado por completo mis características humanas.

Las 14 candidatas solo debíamos desfilar, sonrientes y elegantes. Esa era la única imagen que el jurado calificador tenía de cada una de nosotras. Todo se reduce a una muestra de un cierto tipo de belleza de las mujeres quiteñas. Y sí, fue un show espectacular, pero eso no les permitía calificar si realmente estábamos capacitadas para desempeñar durante un año el trabajo social que corresponde a las ganadoras.

Luego de mi coronación fui a cenas y reuniones con empresarios, pero poco a poco las citas y el apoyo del Patronato Municipal fueron terminando. Dejé de sentirme la muñeca que se usa para conseguir dinero o auspicios. Yo me encargaba de mi propio proyecto. No necesitaba estar elegante o con tacones para conseguir mis objetivos. Lo que en realidad necesitaba era hacer bien mi trabajo, conversar, jugar y entender a aquellos chicos de la calle, de 8 a 18 años, a los que sigo visitando en la Casa de la Niñez, aunque mi ‘año de reina’ haya terminado.

Suplementos digitales