La puerta 3 del Cementerio Patrimonial de Guayaquil es la entrada a una nueva vida. La frase está labrada en cemento: ‘Hic novae vitae porta est’.
Bajo ese pórtico, religiosamente a las 17:00, un montón de gatos se reúne en un ritual diario. Ronronean entre las cruces y se lamen, irreverentes, sobre sepulcros que datan de 1800 y tantos, como el de Don José Joaquín de Olmedo y Maruri. Abogado y poeta, político y rebelde, el padre de la Patria está‘Entre la grandeza y la huella eterna’. Ese es el nombre de una de las rutas que delineó el Instituto de Patrimonio Cultural en el camposanto. Ahí, entre ex presidentes e ilustres, yacen 6 próceres del 9 de Octubre de 1820.
Mármol, bronce y piedra atavían la morada de quienes desafiaron al dominio español y forjaron la provincia libre de Guayaquil.
El bronce labró serenidad en el busto de Olmedo. Resalta en un paisaje pintado de blanco, entre imágenes de cristos. Una urna de mármol de Carrara cobija sus restos. Están ahí desde 1896, cuando la iglesia de San Francisco se quemó en un gran incendio. Esa fue su primera sepultura tras fallecer en 1847, a los 67 años. La leyenda ‘El ídolo del pueblo. Poseyó todos los talentos y practicó todas las virtudes’ lo acompaña hasta hoy.
Éricka Espín se acerca silenciosa. La técnica del Instituto de Patrimonio hurga en las seis columnatas de su mausoleo. “Hay escudos de armas que resaltan la herencia familiar; y el piso, como tablero de ajedrez, es algo masónico”.
Juntos en lucha y muerte, dos de sus 11 coidearios de independencia cuidan sus espaldas. Detrás de Olmedo sobresale una vasija de bronce con relieves alegóricos; es la tumba de Rafael María de la Cruz Ximena Larrabeitia y Muñoz de Guzmán. El nombre ocupa toda una placa. “La copa reúne todo el pensamiento, todos los valores”, descifra Paola Martínez, gestora cultural de Patrimonio.
El memorial de Francisco María Claudio Roca está ligado a su nombre. Un cúmulo de rocas porosas es sinónimo de su fortaleza y valor. En el centro, un epitafio lo ensalza como el promotor de la primera imprenta en Guayaquil, que reprodujo el periódico ‘El Patriota’, en 1921.
El viento agita las palmeras que escoltan el camino hacia el mausoleo de Vicente Rocafuerte. Guayaquileño, segundo presidente del país e impulsor de la independencia junto a Olmedo. Ciencia, sabiduría y claridad se abren en su parte inferior, en figuras moldeadas sobre una franja de bronce. A sus pies solo hay silencio y a ratos la brisa juguetea creando sonidos. A la izquierda, las hojas resecas de almendro crujen cual pisadas. Ahí están los vestigios de José de Villamil Joly y un memorial al almirante Juan Illingworth, los extranjeros de la gesta. A la derecha, el aire susurra, justo frente al busto de Diego Noboa y Arteta, quien firmó el Acta de la Independencia.
Un rompecabezas de baldosas bizantinas dirige al mausoleo de Francisco X. de Marcos y Crespo, secretario de la Junta de Gobierno de 1820. Su imagen fue fundida en bronce, en París. Reposa indiferente al sollozo de una plañidera de roca pura, que por unas monedas llora eternamente sobre huesos secos.
Cuatro mujeres de piedra, del escultor Eugenio Benet (1924), lo resguardan. Para Roberto Wong, administrador del Cementerio, cada gesto tiene un significado. “Una pide guardar silencio, otra tiene un ancla y junto, una con alforja, parecen preparar un viaje; la última pone una cruz en sus labios, como si todo ya fuese consumado”.
Por estos sepulcros pasan pocos. No hay rosas marchitas, pese a que ahí revive la historia más allá de un monumento en un parque o los rótulos con sus nombres en alguna calle. Solo en las tardes, un gato negro se pasea por la estrella de Olmedo.
189 años de historia
El 27 de abril de 1823 abrió el Cementerio de Guayaquil, en la calle de los Lamentos, hoy Julián Coronel. Son 14 hectáreas en donde hay unos 500 000 cuerpos.
En octubre de 2003 fue declarado Patrimonio por las esculturas de Enrico Pacciani, Pietro Capurro, Hugo Faggioni… En 2011 se crearon cinco rutas de visita.