El miércoles 30, más de 500 personas fueron al lanzamiento del libro de Diego Cornejo, que reúne 230 escritos; Francisco ‘Pájaro’ Febres Cordero lo presentó. Reproducimos las versiones editadas de los discursos del autor y el presentador.
‘Anarquista emboscado, indócil…’
Diego Cornejo. Periodista y autor de ‘Nux vómica’
Muchas gracias a todos, por estar aquí, en la presentación de este libro. Todos sabemos que en esta ocasión compartimos muchos significados implícitos. No encuentro las palabras adecuadas para agradecer a Francisco Febres Cordero. (Pájaro: llegué a contar 50 adjetivos. Si continuabas, podías acabar con el diccionario de la generosidad). También debo agradecer a Xavier Michelena, el editor de Paradiso, por el cuidado puesto en la edición de este libro y por su invitación a que nos juntásemos en esta noche, para bautizar a este, un nuevo título de su importante catálogo editorial.
Nux Vómica es un título extraño para una antología de periodismo escrito. Pero, como todos los títulos, lleva una enorme carga de subjetividad del autor. En mi caso, evoca a una persona y a un personaje, que han sido importantes en mi vida.
La persona se llamó Pablo Roggiero, mi médico de cabecera, mi hermano masón —aunque yo no he sido ni soy uno de ellos—, que me introdujo a los misterios de Samuel Hahnemann y la homeopatía. Él, Pablo, murió repentinamente el 7 de abril de 2003. Todavía guardo una hojita de acacia que tomé de las manos de uno de los masones que hicieron una cadena alrededor de la caja rústica de madera que contenía su cuerpo sin vida, mientras preguntaban en voz alta por él y Pablo, por supuesto, no les contestaba; seguramente, a esas alturas, él ya se había conciliado con el Gran Arquitecto del Universo, de quien solíamos hablar muy poco, ahora que lo pienso.
El personaje es Eva, que apareció en mi vida poquito a poco, en una época en que escribía una columna para la revista dominical de Diario HOY y, luego, dio sentido a mi primera novela. La columna se llamó Nux Vómica. La novela, en cuyas páginas Eva entontece al autor y consigue escapar de un accidente fatal y del suicidio, se llama Gato por Liebre.
Recuerdo que cuando murió Pablo, Ángela, mi esposa —a quien le debo todo, por cierto— me pasó un pañuelo de celulosa para que secara mis lágrimas. Y, yo se lo di a Eva, que no podía más con la pena y con la soledad que la abrumaban. En ese momento yo quise creer que del cadáver de Pablo podía vencer a la muerte, que él iba a mirar con tristeza a quienes lo rodeábamos, que podría incorporarse lentamente y, emocionado, abrazar al primer hombre y echarse a andar. Es que nunca he podido superar totalmente mi lírica forma de ser, por lo que siempre he luchado por parecerme al épico Tomás, el personaje de La insoportable levedad del ser, la novela de Milan Kundera.
Ahora bien, Nux Vómica… ¿es un título malo? Si lo admito, debo anotar que, como todos los malos títulos, tiene un secreto que lo blinda, que lo sanforiza. Recordemos, por ejemplo, Trilce, el alucinante poemario del gran César Vallejo; Dietario Voluble, de Enrique Vila-Matas; Beatus Ile, la primera novela de Antonio Muñoz Molina; u, Oppiano Licario, la novela póstuma de José Lezama Lima. ¡Qué títulos más malos! ¿No? Confieso que he vivido, en cambio, no pudo ser mejor título para las memorias de Pablo Neruda, Premio Nobel de 1971; pero los amigos del autor —nunca faltan esos «amigos»—, se refirieron, no dejan de referirse a ese libro por el título que sí consideran el adecuado: Confieso que he bebido… Esto me releva de más argumentos para decir porqué insistí en titular Nux Vómica a este libro.
Algo más: Nux Vómica es una antología muy personal de 20 años de diaria actividad en el periodismo escrito, como cronista, columnista y editor. No hay crimen que no deje un rastro —una gota de saliva, un inoportuno cabello o la consabida huella digital—, de modo que estas páginas son una impronta, la menos superficial, la menos efímera, me parece, de lo que escribí como periodista entre 1987 y 2007. Pertenece, por tanto, a mi tercera vida… en la primera, fui activista sindical; en la segunda, editor de libros; en la tercera, periodista, una vida que acabó el 7 de mayo de 2007: en esa fecha comencé plenamente mi cuarta vida, la de novelista.
Sin embargo, por razones que son públicas, en esta cuarta vida estoy momentáneamente convertido en artista de televisión, gracias a las cadenas nacionales del siniestro aparato de propaganda del Gobierno, que ha pretendido enlodar, con un cadenazo de 15 minutos, estas cuatro vidas que suman unos 50 años. Su intención ha sido que se me impregne el mal olor de la sospecha. No sé si lo han conseguido; lo que sí puedo decirles, es que a mí no me ha tocado, que no me ha hecho mella, pero puede ser que ya me falle el olfato… En el país del Pájaro Loco, el Estado contra los ciudadanos; la purulencia del poder político que se dispara con la abyecta intención de corregir nuestras biografías.
Así que voy a seguir siendo lo que siempre he sido, un anarquista emboscado, vallejiano, incrédulo, indócil…; seguiré siendo lo que he sido si me dejan seguir leyendo a Cervantes, y si los ecuatorianos vencemos el miedo a decir públicamente lo que pensamos. Ya lo dije en una ocasión: los discípulos de El Capital, de Carlos Marx, se llevan muy bien con este oxímoron que se da en denominar «democracia autoritaria»; mientras, los discípulos de Don Quijote de la Mancha suelen ser los perseguidos por los autócratas y sus sirvientes y mayordomos… Lo digo por experiencia, después de haber optado por el liberador mundo de la ficción, hecho que felizmente ocurrió durante mi tercera vida. De modo que, si me dejan y si no callamos, seguiré siendo, en el lenguaje oficial, un sicario de tinta, porque, si ellos no lo saben, nosotros sí lo sabemos: Juan Montalvo fue el primer sicario de tinta del Ecuador. ¿Acaso, no fue Juan Montalvo quien dejó dicho lo que sólo pudo decir un escritor en motocicleta: «¡Mi pluma lo mató!»?
Por todo esto, Nux Vómica está dedicado al periodismo independiente del Ecuador, a los periodistas y francotiradores que lo honran y lo padecen, a los medios de comunicación que lo hacen posible, a quienes defienden la libertad de expresión y el derecho a disentir, que nos humanizan… Espero que ustedes lo lean como si tuvieran un poliedro ante sus ojos, un cristal de cuarzo por el que pasa la luz. Ojala merezca muchas lecturas. Espero que arranque alguna sonrisa. Quizás, en algún momento de la lectura, se sientan obligados a mirar al vacío: eso suele ocurrir cuando el autor nos ha conducido a la puerta del infierno, donde, según el Dante, está escrita una leyenda fatal, que concluye diciendo: «abandonad toda esperanza». Es cuando apartamos la vista del libro y nos ponemos a cavilar. Para recuperar el sentido común. O para dar un paso adelante, en busca del Diablo. Gracias.
‘No soy objetivo ni soy imparcial’
‘Pájaro’ Febres Cordero. Periodista y escritor
Cuando el viernes último, a las 10:47 de la mañana, Xavier Michelena me entregó una fotocopia de este libro para que lo leyera y comentara, lo primero que se me ocurrió fue contactarme con el juez Juan Paredes, no para que me ofreciera una cátedra sobre lectura dinámica sino, más bien, para que, aprovechando el envión, me hiciera llegar un chucky seven con el análisis ya escrito. La tarea encomendada por Michelena me pareció tan ardua para mis flacas fuerzas, que en lo más íntimo maldije no integrar las huestes de la revolución ciudadana a fin de estar inscrito en esa red que hace prodigios con el copy-paste y, con solo aplastar una tecla o introducir un pendrive allí donde asoma un orificio, convierte en auténtico lo falso y en legal lo tramposo y, encima, hace ganar cuarenta millones de dólares a un desposeído y manda tres años a la cárcel a cuatro poseídos por el demonio de la libertad de expresión.
Sin embargo, pasada la hora de los sustos, nunca dejaré de agradecer lo suficiente al editor de Nux Vómica por la tarea que me impuso: el último fin de semana resultó para mí no solo gratificante, sino aleccionador por lo tanto que aprendí, por lo tanto que disfruté, por lo tanto que me conmoví, por lo tanto que recordé.
Allí, en esas casi quinientas páginas que devoré con avidez, volví, como en tantos otros días, a encontrarme con ese Diego Cornejo con quien compartí la ilusión de ver publicado mi primer libro cuando él era el editor de El Conejo y, luego, el vértigo de las tareas periodísticas, durante muchos años.
Feroz, Diego Cornejo, terco, gritón y malhablado, cabreado, nervioso, exigente, demandante en sus requerimientos, implacable, demoledor en sus críticas, maniático en el cumplimiento de compromisos y de horarios. Como si todo esto fuera poco, tiene el defecto de catar los vinos y comentar sobre sus efluvios, su color aterciopelado y su cuerpo, cuidar su gastritis con café descafeinado y ser alérgico al tabaco. Pero también es generoso hasta el límite, tierno hasta el llanto, soñador, ilusionado, solidario y estúpidamente creativo como novelista, pintor, diseñador, diagramador, crítico, historicista, gourmet y experto manejador de todo lo que tenga relación con la tecnología y aledaños.
Así es él y así está de cuerpo entero en este libro cuyo nombre no me remite a ese medicamento homeopático que contiene estricnina, sino a la alquimia, a los prodigios que resultan de la combinación de unas substancias con otras en los silenciosos duermevelas de los nigromantes. Nux Vómica es una explosiva mezcla de la dulzura con la ira, de la poesía con el análisis sociológico, de los sentimientos con la reflexión. El resultado, sí, es un medicamento que, en estos tiempos oscuros, le reconcilia a uno con el ser humano, le devuelve, en medio de la desesperanza, la esperanza, le restituye al enfermo la pasión por la verdad, le cura las lacerantes heridas que le dejaron las traiciones de políticos mendaces o de amigos que, con ese silencio al que José Hernández se refirió hace poco, avalan las calumnias más ruines proferidas contra aquel que fue su amigo.
Yo recuerdo que cierta vez el homeópata me recetó nux vómica para paliar mis penas. Ahora, sin ostentar otro título que el de un doctorado en empirismo, recomiendo esta Nux Vómica para recuperar nuestra memoria histórica, para re-conocernos mejor y para reflexionar sobre nuestra realidad y la del mundo. Pero también la recomiendo para acompañar en el trayecto, largo y tortuoso, a quien ha sido un permanente e inclaudicable luchador de las causas más justas, para adentrarse en los arcanos del alma humana, para entender mejor el permanente combate de un escritor con la palabra, para mirar la literatura con ojos más abiertos, para paladear los sabores de la pintura, para aquilatar la labor de aquellos que hicieron del arte una misión, para no sentir temor ante la necesidad de expresar ternura, para insuflarse de valor ante la injusticia.
El libro, que recoge artículos, crónicas y conferencias desde 1995 hasta 2007, resulta corto en sus quinientas páginas. Es largo, en cambio, en sus conocimientos y saberes. Y es deleitoso, rico, escrupulosamente salpimentado en su escritura. Va de aquí para allá y por eso mismo, a pesar de que tiene un orden, puede ser leído en completo desorden, hay capítulos largos y hay otros más cortos, hay asesinos y hay toreros, hay dictadores, hay prófugos, hay músicos y-como si estuvieran pintadas con la sutil evanescencia de la acuarela- hay mujeres, hay actores, hay muertos que siguen vivos en el dolor y en la nostalgia y hay –sobre todo hay- emoción, pasión y una fuerza que sale desde adentro del autor, desde los más recónditos rincones de su memoria y desde las experiencias más gravitantes de su vida transhumante, que le permitió recorrer los territorios más lejanos, así como adentrarse por los inextrincables recovecos del espíritu, sus muchas grandezas y sus muchas miserias .
Como ustedes habrán notado no soy objetivo ni soy imparcial en mis juicios; tampoco me interesa serlo porque simplemente la admiración hacia Diego Cornejo no me lo permite, peor en estos instantes en que el oficio de periodista que él ha ejercido tan viejamente –y al que en su obra dedica un largo espacio- es injusta, brutal, bárbaramente zaherido por aquellos revolucionarios de mentirijillas que buscan erigirse en dueños absolutos de la verdad y, a espaldas de otros lenguajes pero, sobre todo a espaldas de la democracia, vapulean a todo aquel que piensa diferente, lo persiguen, lo estigmatizan, lo calumnian y, por último, pretenden aherrojarlo en la celda pestilente del silencio, la sumisión y el vasallaje para así reinar impunemente en uso y abuso de sus bastardos intereses.
“El periodismo, al menos como yo lo entiendo, es una aventura vital en la que no se puede perder jamás la capacidad de asombro”, dice Diego Cornejo al hablar sobre su oficio. Nos falta, Diego, nos falta a ti y a mí y a toda esa pléyade de buceadores de la realidad que no hemos cedido ante las veleidades del poder, asombrarnos todavía mucho más, tal vez hasta que ese fruto del nogal termine por curarnos a base de vomitar, día tras día, nuestros desencantos, nuestra indignación, nuestra rebeldía en cualquier espacio que encontremos porque, de eso estoy seguro, aún en la mazmorra más abyecta a la que anhelan conducirnos, nos sentiremos libres, solidarios en nuestros sueños y esperanzados de ver –a pesar de nuestra provecta edad- un nuevo y menos neblinoso amanecer.