Recorrer el monte Sinaí, fotografiarse con el Solitario George en las Galápagos o sumergirse en la profundidad de la Selva Amazónica en un par de minutos es posible para Juan, Yomaira y Ana, internos del Hospital psiquiátrico San Lázaro, en Quito.Con un par de pinceles, unas gotitas de pintura de muchos colores vivos y su creatividad -que a veces se transforma en delirio- ellos imaginan su vida fuera de los paredones de concreto que los rodean durante todo el día. En el sanatorio, el deseo por respirar el aire de la calle ha hecho que los internos crónicos y agudos cultiven sus habilidades e interés por las artes plásticas.Juanito, como lo llaman de cariño sus compañeros, es bajito, las arrugas han invadido su rostro, sus manos, y ahora atacan su cuello. Padece una deficiencia mental y ya no recuerda el tiempo que tiene sin ver a su familia.Hasta el pasado jueves, Juanito sumaba 80 creaciones, desde que en enero de este año se abrió el taller de pintura bajo la responsabilidad de Juliana Vega, egresada de la Facultad de Artes de la Universidad Central. “Le encanta pintar. Si por él fuera haría esa actividad todo el día. Es muy aplicado, pero sobre todo muy creativo”, dice Vega, que contribuyó con la creación de ese taller como parte de su tesis. Todas las creaciones del hombre que más sonríe en esa clase están matizadas con los colores verde agua, verde bosque y azul. Según Juanito, los dos primeros tonos representan la selva, mientras que el azul es el agua.Cuando salga del psiquiátrico -si es que algún día su familia se acuerda de él- tiene pensado visitar un bosque y un río. Esos lugares representan para él libertad, por eso no se cansa de dibujar los paisajes naturales. “Ahí se puede correr. La naturaleza me gusta mucho, mucho”, cuenta Juanito, en tono suave.Después de ello quisiera asistir a la exposición de sus obras. La exhibición de las pinturas y dibujos de los internos forma parte del proyecto de Vega. Las obras que allí se realizan solo se exhiben para el público interno, en Navidad o Fin de Año. Por ello, Vega gestiona con instituciones la ayuda para que esas obras trasciendan. El deseo por conocer la naturaleza también es compartido por Yomaira. Ella no conoce las Galápagos, pero el pasado jueves se autorretrató en la isla Pinta, junto al Solitario George.Esa imagen la vio en una postal hace varios años y desde allí solo pinta eso, como pidiendo un deseo a la vida para que convierta su sueño en realidad. “Cuando reúna dinero me voy a conocer las islas. Quiero tomarme una foto con la tortuga”, dice Yomaira, mientras deja escapar una sonrisa y dirige su mirada hacia uno de los cristales por donde entra un poco de luz solar.Al inicio, los internos no pintaban ni dibujaban nada. Tenían mucho recelo. Además, escaseaban la pintura y los pinceles.El único que poseía material propio era Eduardo, que lleva 13 años internado en ese hospital.Él sufre de esquizofrenia y solo permanece estable bajo medicación. Generalmente, es en ese momento en el que saca a relucir sus habilidades para el dibujo.Sentado en una silla negra, todos los miércoles y jueves, apoya sus hojas de dibujo técnico sobre un escritorio de metal. Allí, grafica a mujeres desnudas.Una de las creaciones que más ha sorprendido a sus compañeros varones es en la que aparece una mujer desnuda rodeada por pequeñas golondrinas. Para él, el desnudo es una forma de sentirse libre. Por ello llamó a su obra ‘El Paraíso’, y cuando puede se despoja de su camisa para sentir esa sensación. Las mujeres, en cambio, aplauden el dibujo en el que aparece una mujer junto a una cascada y muchos árboles. Eduardo también es el único que tiene una carpeta grande de cartón para guardar sus dibujos. Eso porque es el más dedicado del taller. Así lo admitió Vega.En los primeros días del curso, los internos hacían sus dibujos con lápiz. Luego que llegara la pintura, empezaron a poner color a sus creaciones.