Ser escritor, o vivir de la literatura, no es una actividad grata. Lo ha dicho reiteradamente José Emilio Pacheco (México, 1939), brillante poeta, periodista, ensayista, traductor, novelista y cuentista integrante de la “Generación de los años cincuenta”, junto a Carlos Monsiváis, Vicente Leñero y Salvador Elizondo, entre otros.
Esta semana recibió en España el Premio Cervantes, el más importante de las letras hispanas.
En su discurso reiteró que “los poetas son miembros de una orden mendicante”, con una vida de humillaciones y carencias.
Pero, aún así, Pacheco defiende con su vida el derecho al uso de la palabra, a la búsqueda creativa como única posibilidad de existir, al cambio perpetuo como esencia de la creación literaria.
Así lo expresa en su poema “A quien pueda interesar”:
“Mi único tema/ es lo que ya no está/y mi obsesión se llama lo perdido./ “Mi punzante estribillo es nunca más/ y sin embargo/ amo este cambio perpetuo/ este variar segundo tras segundo/ porque sin él lo que llamamos vida/ sería de piedra”.
La producción de Pacheco se ajusta a esa filosofía.
Nunca se ha dejado encasillar y siempre está innovando y superando la palabra del pasado, como testimonia en su texto “Aceleración de la historia”:
“Escribo unas palabras/ y al mismo tiempo/ ya dicen otra cosa,/ significan una intención distinta,/ son ya dóciles,/ al carbono 14,/ criptogramas/ de un pueblo remotísimo/ que busca/ la escritura en las tinieblas”.
En su invocación del cambio perpetuo como motor de una literatura viva y despierta, Pacheco toca, también, temas sensibles para el marcado chauvinismo de sus compatriotas.
“Alta traición”, se llama irónicamente este poema, célebre entre la juventud mexicana:
“No amo mi patria./ Su fulgor abstracto/ es inasible./ Pero (aunque suene mal)/ daría la vida/ por diez lugares suyos,/ cierta gente,/ puertos, bosques de pinos,/ fortalezas,/ una ciudad deshecha,/ gris, monstruosa,/ varias figuras de su historia,/ montañas/ y tres o cuatro ríos”.
Siguiendo las más altas consignas de los grandes escritores, José Emilio Pacheco nunca deja de levantar la voz para expresar no solo lo que él siente o percibe, sino lo que, desde su perspectiva, están sintiendo su patria y el mundo.
El reposo del fuego
Pero el agua
recorre los cristales
musgosamente :
ignora que se altera,
lejos del sueño,
todo lo existente.
Y el reposo del fuego
es tomar forma
con su pleno poder
de transformarse
fuego del aire
y soledad del fuego
al incendiar el aire
que es de fuego.
Fuego es el mundo
que se extingue y prende
para durar (fue siempre)
eternamente.
Las cosas hoy dispersas se reúnen
y las que están más próximas se alejan:
Soy y no soy aquel que te ha esperado
en el parque desierto una mañana
junto al río irrepetible en donde entraba
(y no lo hará jamás, nunca dos veces)
la luz de octubre rota en la espesura.
Y fue el olor del mar: una paloma,
como un arco de sal,
ardió en el aire.
No estabas, no estarás
pero el oleaje
de una espuma remota confluía
sobre mis actos y entre mis palabras
(únicas nunca ajenas, nunca mías):
El mar que es agua pura ante los peces
jamás ha de saciar la sed humana.