Marco Antonio Rodríguez sigue en su tarea de dejar un registro, crítico y poético, de la obra de los artistas plásticos que por estas tierras han sido. Su pluma ahora firma ‘Palabra de pintores. Artistas del Ecuador’, la segunda entrega de una trilogía que el escritor inició en el 2010, con ‘Palabra de pintores. Artistas de América’.
Si en el tomo anterior seis maestros ecuatorianos compartieron páginas con pintores de México, Bolivia, Argentina, Chile y Colombia (que dejaron huella en este país), ahora su mirada y reflexión se han dispuesto para artistas de acá.
Este volumen recoge las lecturas que Rodríguez ha hecho sobre la obra del recientemente fallecido Aníbal Villacís (Símbolos y signos de nuestra sangre); de Nilo Yépez (El hombre y su arte); de Pilar Bustos (El abrazo entre líneas); de Miguel Varea (La proverbial rebeldía de un genio); de Gonzalo Meneses (Y su miniaturismo compositivo); de Washington Mosquera (El prodigio del arte); de Luis Viracocha (El escultor); de Miguel Betancourt (Los ciclos de un artista); de Jorge Velarde (La emulación del yo); de Whitman Gualsaquí (Imágenes y colores de los Andes); de Nicolás Herrera (Memoria y tiempo); y de Jorge Porras (Y su confabulario).
Los textos que componen el segundo tomo de ‘Palabra de pintores’ son los que también acompañaron a los catálogos de las exposiciones que han tenido lugar en las salas de la Casa de la Cultura, institución presidida por Rodríguez. En ellos, el autor ensaya sobre la pintura y la escultura, lo hace desde una aproximación, donde convierte en palabras las sensaciones producidas por los trazos y los colores; pero también desde la amistad que une al escritor con los artistas.
Por esa cercanía, los ensayos si bien intuyen los lineamientos estéticos, persiguen las técnicas y comprenden el valor formal de las obras, también se entregan a la tarea de escudriñar en la vida de los creadores, de hallar posibles motivaciones en los misterios del pasado, de hacerse de un contexto entre el diálogo y la anécdota. Con ello se traza un camino y se da luz sobre el acto específico y amplio de la creación.
Con las palabras, Rodríguez también pinta. Sus interpretaciones se hacen en el vuelo, en la recreación de las visiones. Sus lecturas de las obras asumen, con su escritura, un estilo de prosa y color, donde los planteamientos filosóficos y estéticos empatan con la metáfora y las figuras literarias.
Las aproximaciones de Rodríguez no se estructuran como definiciones sobre el arte de cada creador, sino que se nutren de referencias a libros (filosofía, literatura y estética, atraviesan las lecturas) y de conversaciones con el desarrollo de los procesos creativos.