En las condiciones adversas de un futuro apocalíptico, la nieve cubre toda la superficie. Un gobierno autoritario y brutal secuestra a la familia del adolescente Willo y él se encamina en un trayecto de supervivencia, resistencia y crecimiento.
Más allá de las clasificaciones que se dan por la edad de los lectores, ‘Después de la nieve’, de Sophie Crockett, empata con la literatura de ciencia ficción futurista, en la tradición de la novela distópica.
La historia se enfoca en el crecimiento personal de Willo y en su viaje de supervivencia como un rito de paso entre la niñez y la adultez. El deseo de venganza y la lealtad se contraponen en su mente. Él sobrelleva su inseguridad gracias al recuerdo de su familia, de las frases de su padre (“debemos ser faros de esperanza”) y a Perro, una voz interior, un espíritu que lo aconseja. Willo lucha en soledad y esto lo emparenta con los héroes románticos (no del romance, sino del romanticismo). La situación planteada por Crockett supone el regreso al primitivismo del ser humano, a la superstición o al animismo como modos de entender el mundo y a la cruda supervivencia como vía para mantenerse sobre él. A ese clima agreste y a ese territorio donde los lobos acechan, se suma la adversidad de una deshumanización creciente.
Los ambientes están construidos de tal forma que lo urbano y lo rural transgreden la idea de la civilización contra la barbarie; más bien supone una tensión entre lo ordenado y lo marginal, pero ambos estados dentro de lo terrible y salvaje.
La prosa de la autora es fría y cruda; una distancia recomendable para evadir el embobamiento del terror romántico de productos como Crepúsculo y sus derivados. En esta historia la nieve es más que agua congelada, pues alcanza valores simbólicos, como en su momento lo hizo la Nada de ‘La historia interminable’.
‘Después de la nieve’ mantiene un ritmo trepidante, que invita a devorarla; acaso con la misma ansiedad que la de un lobo hambriento. Y hablo de un lobo de verdad, no de un fornido galán de colegio.