Nochebuena de emigrantes

La historia que narro me la contó, no hace mucho, Lucas Padilla, amigo, buen lector de Borges y reportero del diario ABC de Madrid. Él, a su vez, lo había escuchado por casualidad una tarde de boca de una dama a la que calificó de “obesa y locuaz” y a quien la conoció mientras ambos esperaban ser atendidos por el médico de turno, en algún consultorio de la Seguridad Social española.

Padilla no recordaba el nombre de los protagonistas de esta historia, detalle que en verdad poco importa para el caso; lo que sí está claro, puntualizó, es que se trataba de dos emigrantes ecuatorianos, él de unos treinta años y ella de unos dieciocho, quienes habían llegado a España algún tiempo atrás y trabajaban, sin permisos legales, en una fábrica de los suburbios madrileños. Sin embargo, y con el único objeto de identificarlos en este relato, les conferiremos un nombre a cada uno de ellos. Y así Julián se llamará él y Mercedes ella, procedentes de la provincia del Azuay; solteros los dos; él de profesión carpintero y ella, hábil costurera nacida en Chordeleg.

Según Lucas, la historia ocurrió en un mes de diciembre –posiblemente hace dos o tres años–, en esos días de ajetreo navideño, cuando las ciudades de España se vuelcan en ruidosas celebraciones callejeras de camaretas, guitarreo, derroche de luces, panderetas y jaleo. La Policía aprovechó la ocasión para hacer lo suyo: organizar redadas con el objeto de capturar a los emigrantes ilegales. Muchos de los ‘sin papeles’ –y entre ellos, algunos ecuatorianos– fueron apresados con el fin de repatriarlos.

Cuando Julián y Mercedes –que solo unos meses antes se habían conocido en una estación del Metro y que, después de ciertos escarceos amorosos, resolvieron convivir en un estrecho apartamento del barrio de Legazpi– supieron que estaban en peligro, decidieron dejarlo todo, empacar las pocas cosas que tenían y huir a un pueblo del interior de España. Solo así, pensaban ellos, despistarían a sus perseguidores.

La decisión debió tomarse aún a sabiendas de los riesgos que ella corría, pues Mercedes se encontraba encinta y estaba próxima a dar a luz. Según mi informante, cuando Julián decidió acoger a Mercedes en su casa, ella le confesó que llevaba un niño en su vientre, pero nunca le dijo quién era el padre. El viaje de huida resultaba más peligroso todavía ya que lo realizarían en una desvencijada motocicleta que Julián tenía para desplazarse diariamente hasta su trabajo.

Una de esas tardes oscuras de invierno, Julián y Mercedes, él al volante de su motocicleta, ella fuertemente asida de él, partieron por la autopista de La Coruña. Dice Lucas que viajaron unas dos horas, pararon en una estación de servicio para proveerse de gasolina cuando Mercedes comenzó a sentirse mal.

La hora del parto parecía inminente. Julián buscó un hospital cercano. Encontró algunos. Para obtener un ingreso todos demandaban lo mismo: garantía, tarjetas de crédito, cuentas bancarias… Nada de eso tenían ellos. Además, como era Nochebuena los médicos no atendían, estaban en sus casas celebrando, con grandes cenas, el advenimiento de Jesús.

Mercedes dio a luz en un garaje abandonado atendida solo por su compañero. El bueno de Julián tomó al niño en sus brazos, encendió una fogata y lavó con agua tibia al recién nacido. Cuenta Lucas que tres enfermeras de un hospital cercano, al enterarse de lo ocurrido, fueron al día siguiente para ver al hijo de los emigrantes. No olvidaron llevarle unos regalitos: pañales nuevos, una colonia para el cuerpo del niño y un bote de talco perfumado.

Juan Valdano

Ensayista, novelista, narrador. Miembro de Número de la Academia Ecuatoriana de le Lengua. Su más reciente libro:’La selva y los caminos’ contienen 28 reflexiones sobre la realidad ecuatoriana. Fue director de editorial Letraviva-Planeta del Ecuador. También es autor de  ‘Mientras llega el día’.

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