El credo del catolicismo reza que Jesucristo, tras ser crucificado, muerto y sepultado, ‘descendió a los infiernos’. El episodio de Cristo en el infierno se desarrolla ampliamente en el evangelio apócrifo de Nicodemo, como no sucede en la Biblia. En él se da cuenta de que un Satanás, preso del temor, ordena se resguarden las puertas de sus territorios; medida insuficiente ante un Cristo que llena de luz el averno y termina rescatando a Adán y a otros justos que allí moraban, hasta que se diese la redención de la humanidad por la cruz (los profetas y los patriarcas).
Pero el descenso al infierno -llamado catábasis- ya existía antes de la era cristiana y también se reprodujo en la literatura de décadas recientes. Es un motivo asociado con el culto a los muertos, con la construcción del héroe y que además, comprende un camino de aprendizaje (o prueba iniciática), pues, en estos episodios, el inframundo resulta un lugar de sabiduría, en donde incluso es posible conocer el futuro.
Breves reseñas de tales episodios buscan que usted -lector- se vuelque a esos libros y pase también ‘una temporada en el infierno’, parafraseando el título del texto de Arthur Rimbaud.
En la mitología sumeria aparece la diosa Innana, quien bajó al mundo inferior ya por ambición o para rescatar a su amado Tammuz. La divinidad se dirigió al mundo de los muertos vestida con sus mejores galas, las cuales perdía tras cada puerta que cruzaba, hasta que desnuda fue fulminada por los señores infernales; luego fue resucitada y devuelta a los cielos. Los mitos sumerios también hablan de Gilgamesh, quien rescató de los abismos al espíritu de su amigo Endiku.
En los clásicos grecorromanos son numerosos estos casos. Tal sucedió con Perséfone quien fue raptada por Hades, dios del inframundo, para hacerla su esposa. Tras un acuerdo entre los dioses, Perséfone puede volver a la superficie durante la mitad del año, cuando la tierra se cubre de flores y vida, dada la felicidad de su madre, la diosa Démeter, divinidad de la agricultura.
Cuatro héroes también descendieron al averno. Orfeo buscó a su amada Eurídice, en compañía de su lira, y tras conseguirlo la perdió en una mirada. Heracles lo hizo para capturar al Cancerbero, perro de tres cabezas, guardián del hades, como una de sus doce tareas. Odiseo, para preguntar al adivino Tiresias sobre las maneras de volver a su añorada Ítaca. Y Eneas descendió con la Sibila para encontrar a su padre, Anquises, y conocer cómo debería fundar la nueva Troya: Roma.
El autor de la ‘Eneida’, donde consta el canto que versa sobre este último descenso, fue Virgilio, quien también fue guía para la catábasis de Dante en su ‘Divina Comedia’. Durante la primera cántica de este poema renacentista, el poeta y su maestro recorren los nueve círculos concéntricos del infierno, encontrando a su paso a cuanto pecador sufre en ellos. El viaje de Dante concluirá en el paraíso donde admirará el rostro de su amada Beatriz.
Así, en los años después de Cristo, los descensos a los infiernos se reprodujeron en literaturas tan distantes en el tiempo y en el espacio, como en las formas de su narrativa: desde los textos del francés Rabelais, quien hace que su grotesco Pantagruel viaje en busca del oráculo de la Divina Botella, hasta el mexicano Juan Rulfo que propone, en ‘Pedro Páramo’, que los personajes muertos dialoguen en su Comala.
También hay capítulos con este motivo en ‘Don Quijote de la Mancha’. Si bien toda la aventura del hidalgo caballero podría leerse como un descenso a la locura -tan lejana de la razón que pondera en la realidad- ; específicamente existe el episodio de la Cueva de Montesinos. Allí en la profundidad de la cueva y del sueño, el Quijote vio a Durandarte y al mismo Montesinos hechizados por Merlín. Allí, mientras afuera transcurría una hora, nuestro caballero anocheció y amaneció tres días junto a los encantados que ni comían ni dormían.
El argentino Leopoldo Marechal haría lo propio al dejar que su Adán Buenosayres, tras su despertar metafísico y antes de que ángeles y demonios disputen su alma, escriba el ‘Viaje a la oscura ciudad de Cacodelphia’. Hasta allá accede el personaje acompañado de su amigo, el astrólogo Schultze, con una serie de rituales y conjuros pronunciados en ‘neocriollo’, para hallar además de avariciosos y lujuriosos, a ‘verdiviejos’ y ‘ultracortesanas’.
Los libros lo esperan. Que su lectura también le sirva para escapar del infierno de nuestros días.