Colores oscuros, pinceladas firmes, rostros enérgicos y un espíritu libre son los elementos que se mueven libremente por la sala Oswaldo Viteri del Museo de Arte Colonial, de la CCE; lugar que en estos días alberga a una treintena de cuadros del fallecido artista Jaime Valencia (Quito, 1916-2010).
Encasillar a este hombre bajo un solo adjetivo es una empresa de difícil construcción. Escindido entre lo festivo de la vida y lo trágico de vivirla, Valencia plasmaba sus ideas en trazos intensos y en colores oscuros. Su propósito no era el de tacharse a sí mismo como un triste solitario (aunque su muerte haya reflejado esto, al menos en cuanto a solitario). Más bien optó por dar forma a figuras abstractas que día a día se teñían en el lienzo de su mente.
Su trayectoria y técnica artística se pueden centrar en tres movimientos: el neoexpresionismo, la etapa figurativa y, luego, la abstracta. En la primera, el neoexpresionismo, se adscribió a la corriente que produjo el grupo artístico alemán Der Blaue Reiter (El jinete azul). Aquí, los escritos de Kandinsky se convirtieron en una suerte de cánones suyos.
Más tarde, en su etapa figurativa, el cromatismo llenó sus lienzos con la serie de ‘Caballos’ (denominados así por él) que tuvo gran resonancia dentro y fuera del país. Ecuador, Estados Unidos y varios países de Europa vivieron el lirismo y la espiritualidad que Valencia disfrutó pintar hacia la segunda mitad del siglo XX.
Pero esto dio un giro inesperado cuando “en 1997 expuso en el Centro Cultural Benjamín Carrión, una serie resuelta en el más radical abstraccionismo”, según recuerda el escritor Marco Antonio Rodríguez.
A partir de entonces, los espacios grises, los trazos profundos y la poca referencia a la luz, hizo de la obra de Valencia una renovada propuesta artística. Selvas, desiertos y otros paisajes que intentan suprimir al humano se vieron frente a frente con cuadros de racimos frutales o cuadros con tendencia al geometrismo. Así, piezas como Evocación nocturna, Atardecer o Musical forman parte del vasto imaginario del artista.
Pero todo esto terminó el año pasado, cuando la muerte lo llevó consigo. Pese a esto, su pasión por el arte sigue vivo en cada uno de sus cuadros, al mismo tiempo que en una de las estrofas de la canción Vasija de Barro: “Arcilla cocida y dura; alma de verdes collados; barro y sangre de mis hombres; sol de mis antepasados”, de la cual es autor. La canción nació en una inolvidable noche de bohemia.