Los modales de una sociedad salvaje

El elenco  y el director de ‘Un dios salvaje’.  Arriba,    Diego Naranjo, Álex Cisneros, Cristina Rodas y Claudia González. Abajo, Wilson García D.

El elenco y el director de ‘Un dios salvaje’. Arriba, Diego Naranjo, Álex Cisneros, Cristina Rodas y Claudia González. Abajo, Wilson García D.

Que no hay instinto que permanezca sereno cuando a alguien le mentan sus hijos es la puerta de entrada para lo que logra la dramaturga francesa Yasmina Reza en ‘Un dios salvaje’.

El hecho: dos niños son parte de una riña, que se resolvió con golpes y dos dientes rotos; pero sus padres buscan que el lío se solucione ‘civilizadamente’. Pronto la situación (ahora puesta en escena en El Teatro del CCI, bajo la dirección del colombiano Wilson García) se posiciona como una representación de la sociedad occidental y sus formas de asumir la culpa ante actos violentos. Y en ese microcosmos, la sociedad reacciona tan mal, como puede reaccionar uno cuando se deja guiar por la falsa cortesía, las apariencias convenientes y la corrección política.

Mas para no dar un martillazo en falso, Reza le apuntó al humor (comedia negra, si se quiere) y así clavó esta pieza en los espectadores; en la risa y en la asimilación de estos. Y la propuesta que está ahora en escena en El Teatro empuña bien el martillo.

En el plano formal, la puesta en escena es un punto alto. El movimiento y la ubicación de los personajes para desarrollar el diálogo se complementa con la variación alianza-ruptura que se da entre ellos; cada uno definido por su formación, estrato social, visión del mundo. Asimismo, el montaje luce por los juegos que mantienen el ritmo en una pieza condicionada por el tiempo real de la acción y los límites impuestos por un único espacio, lugar que también terminará violado. Es un ritmo que va de menos a más, a medida que la civilización se torna salvaje y, por eso, real.

La interpretación actoral se logra. Diego Naranjo calza y se divierte haciendo de Miguel. Mide sus reacciones que van desde la conformidad hasta el paroxismo, manteniendo su rol en pasajes donde no ponderan sus intervenciones; es decir, ha levantado un personaje vivo. Lo mismo ocurre con Cristina Rodas (Verónica), cuyo juego actoral se construye de contención y de intenciones explosivas, que varían según los tiempos indicados para tales actitudes.

En Álex Cisneros el papel de Alan cabe con las maneras del actor; más que un juego de roles hay una interpretación natural, que, en gesto y voz, da pie al cinismo y la indiferencia que definen a su personaje. Claudia González (Ana) acompaña al elenco, aunque hay límites que la privan de intención tanto para la pasividad, como para el descontrol.

Todos con mordacidad e ironía le rezan a ese ‘dios salvaje’, cuyas actitudes vale cuestionar hoy, en tiempos de correcciones y revisiones.

Entrevista Wilson L. García Delgado / Director

‘Se  prefiere el combate antes que el debate’

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¿Cómo define su propuesta de montaje de ‘Un dios salvaje’?

Partimos de un análisis de la situación tomando en cuenta la dificultad de las relaciones humanas que plantea la obra y la herramienta del lenguaje como medio para saber expresar un sentimiento exacto con las palabras precisas... Así que desglosamos la estructura dramática (el libreto) y le dimos una estructura que nos dibujara una versión acorde con el lenguaje que los actores y yo quisimos desarrollar sobre el escenario. Sabiendo que todo se desarrolla en una sala de casa, en un solo período de tiempo real, es decir que la situación transcurre exactamente en la hora y 25 minutos en que sucede el encuentro de los cuatro personajes. Al trabajar delicadamente el detalle de la expresión, la acción y las situaciones, pudimos construir un ritmo único que cuente la historia en un solo tirón.

¿Qué elementos primaron en el trabajo actoral?

Primeramente el entendimiento y la comprensión del texto como herramienta esencial para que comprendieran a su personaje; seguidamente, la disciplina de poder disponer el cuerpo y el cerebro en función de la preparación; y, la creación de un personaje y una historia teatral. Así que la rutina de ejercicios, el análisis permanente del texto y los trabajos de improvisación aportaron elementos enriquecedores para el resultado final.

¿Cuál ha sido su relación con la dramaturgia de Yasmina Reza y qué elementos destaca en ella?

Lo que más me atrae es la forma de hacer conversar a sus personajes, la manera en que hace que ellos expresen sus sentires. Es un trabajo admirable que los personajes de Reza sean divertidos sin querer serlo y que digan tanto sin decir tantas palabras; eso es muy atractivo para un director. La construcción individual del personaje y la construcción general de la estructura dramática son esenciales para mí como director.

¿Halló una correspondencia entre la situación de ‘Un dios salvaje’ y la actualidad latinoamericana?

Es absolutamente correspondiente, pues Latinoamérica es una sociedad que no está preparada para escuchar y dialogar, es una sociedad que no ha sido educada para saber oír, sin que cada cosa que se le menciona a una persona sea tomada como un ataque personal y sin sentido común. Es por eso que ves que en países como Colombia, donde habito, no existan mesas de conversaciones para llegar a los acuerdos de paz. En general, Latinoamérica es una sociedad que prefiere el combate antes que el debate.

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