Andrés Cárdenas Matute. Periodista y profesor. Colabora en medios de comunicación. Fundador de la Revista ACHE.
Existe una profunda grieta que separa lo que el artista trata de expresar a través de su obra y la audiencia que la recibe. Más en países como el nuestro, donde el espectador–lector–receptor está acostumbrado a que los medios le disuelvan en un mismo recipiente –pequeño y marginal– farándula, cine, crucigramas, novelas, terceros divorcios y exposiciones de arte.
Las secciones culturales, a fuerza de comodidad y falta de creatividad, han convencido a ese sujeto de que la diversión es el valor primordial de sus productos, atándolo a una existencia mecánica y precaria, sin la posibilidad de reconstruirse a base de mitos.
Mito es una palabra confusa. Nada es más insultante que su utilización para ejemplificar una mentira banal o algo irrealizable. Los antropólogos cargan con gran porción de la culpa al anclarla a una especie de creencia religiosa primitiva, infantil y precristiana. Pero también mito es la contraseña para entender la producción de cultura –de relatos– y, consecuentemente, el correcto tratamiento de esta en los diarios.
El mito, al igual que una religión o un sistema filosófico, trata de acercarse un poco al sentido. La cualidad mítica de la que habla C. S. Lewis es el fundamento de todo arte: tanto de la historia de Orfeo o del dios Thor, como de las estrofas de Hamlet, de los colores de Van Gogh, de los sonidos de Spinetta y de los diálogos de los superhéroes de Cristopher Nolan.
El mito es extraliterario: podemos acceder a Fausto y a Mefistófeles a través del teatro de Goethe, la ópera de Berlioz, la prosa de Wilde o el cine de Richard Burton. El mito siempre se revela como algo de una importancia profunda, infunde temor y convierte a la obra –novela, pintura, película, obra de teatro, etc.– en un objeto que se comunica inagotablemente. Y muy importante: el mito no entra en pugna con el espectáculo; cuando existe, se potencian.
Así, el periodista que entrevista pintores, critica óperas, asiste a rodajes o escribe sobre libros, debe tener saber que su misión es desentrañar ese mito que construye el autor. Y tratar de cerrar esa grieta que lo separa del público que –sin ánimo de pecar de ingenuidad– siempre será una minoría.