El segundo libro de Fernando Escobar Páez (Quito,1982), ‘Miss O’ginia’, se ubica en el bando contrario de todo lo políticamente correcto y, claro está, de lo absolutamente desechable.
Su lectura exige desparpajo. Si quien tiene el libro en sus manos sigue pensando en la literatura como expresión apolínea, coherente y equilibrada, difícilmente (jamás) verá, y menos aceptará, su humor, su poesía… ‘Miss O’ginia’ es más bien dionisiaco, excesivo, extremo, mundano…
Más allá de lo evidente, del lenguaje crudo y frontal (pornográfico dirán), en los textos de Escobar Páez se levanta un registro distinto en la poesía ecuatoriana, con riesgo. Ello, porque el gesto en la escritura de este autor transgrede, provoca y golpea a una realidad ‘normal’ y desbarata la cáscara de la tradición y el canon. Escobar Páez escribe con desvergüenza y así se lanza hacia la fiesta…
Pero más allá de la novedad cabe la reflexión de lo que se lee en ‘Miss O’ginia’. Poesías y prosas que surgen de la experiencia libertina, de las sustancias y el desenfreno, del sexo no como cuestión de asepsia sino como la promesa fallida de satisfacción. Un decir que bien podría corresponderse con el resultado del deseo, la frustración y la ira, de la desolación y el odio que ladran tras el rechazo y el desamor… Y para eso no hay patetismo sino una burla impúdica de la condición humana.
Lo desacralizador se asume en la escritura de Escobar Páez desde una siniestra ambigüedad del lenguaje o desde la tergiversada ilustración del autor. Hay en los textos una cantidad de referencias, siempre recogidas bajo una visión violadora; están la cultura popular y la mitología hebraica, la estética renacentista y la fauna prehistórica. Así también andan los epígrafes: Fernando Vallejo, Roy Sigüenza, Louis Ferdinand Céline, Jean Baudrillard, Luigi Stornaiolo, Ernesto Carrión…
El tono de quien enuncia el texto se traviste como en una continua broma; ya adopta la voz del científico, ya la del confesor, la del estudioso o la del adicto. Ese decir se construye también con el bestiario que habita en los textos.
La estructura del libro muestra tres partes: I. Los mongolitos folladores, se hace de prosas; II. Sísifo de algodón, donde se halla un tono más poético; y III. ¡Gracias, Candirú!, que recoge textos a manera de epílogos.
El riesgo del libro es compartido por la naciente editorial Doble Rostro, pues como un acto de sedición, ‘Miss O’ginia’ puede convertirse en casa para los crápulas, en majadería para los cautelosos y en amenaza para los pacatos…
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