Esta especie de cepillos que sirve para limpiar los retretes, cuyo valor instrumental es bien apreciado por todos. Este conjunto de sillas que vemos a diario, al pasar por algún mercado o por la puerta de alguna carpintería. Los objetos más comunes, aquellos que usamos siempre y dejamos de lado, que aparentemente no representan nada para nosotros, se convierten en objetos de arte y se muestran como si se tratase de ramos, de esculturas preciosas o de cuadros coloridos.
‘Transition Zone / Mundos Entre Medio’ es el título de la instalación que se exhibe en la Casa de las Artes La Ronda, cuya arquitectura colonial es también un atractivo para quien la visita. Bajo el Puente Nuevo, sobre la calle Juan de Dios Morales hay un ambiente calmado. Según Raúl, guía y mediador de la exposición, los sábados hay más movimiento. Él se encarga de explicar a los visitantes los motivos que tienen Menja Stevenson y Hartmut Landauer para mostrar estos objetos, a primera vista sin encanto, que conforman la exposición.
Son las curiosas sillas de los trabajadores del Mercado Arenas, los cepillos que vende el artesano Ángel César Mazón en la calle Loja, las cajas de medicinas que tiramos a la basura o los costales que sirven de alfombra en Santa Clara. Todos ellos objetos que pasan siempre desapercibidos, y que Menja y Hartmut han rescatado del olvido al que los condena la vida de consumo que impone nuestro sistema.
Ambos artistas tienen nacionalidad alemana, son originarios de Stuttgart y han realizado videoarte, fotografía, performance e instalación en varios países de América y Europa. Menja Stevenson muestra dos videos: uno, titulado Bustour, de un performance realizado en buses de su ciudad natal, y otro de un parasol que parece danzar frente a la cámara.
Hartmut, por su parte, exhibe una serie de fotografías tomadas en Suiza, Alemania, Francia, España, Marruecos y Corea del Sur titulada ‘Transition’, además de dos fotos de ‘momentos encontrados’, de esos que no se repiten.
El objetivo de esta exposición es “dar un lugar para aquello que ya no cabe en nosotros”. Vale la pena darse una vuelta y, de paso, saborear uno o dos canelazos.