Como para no dejar que su palabra se escape, ahora que está en boga eso de “prohibido olvidar”, Asoescena organizó, desde el lunes pasado, dentro del encuentro Libre Escena Libre el simposio La historia contemporánea del teatro quiteño, con las ponencias de algunos de los teatristas gestores y partícipes de esa historia.
El objetivo es válido, más tomando en cuenta la carencia en el país de un archivo que guarde registros de los procesos teatrales. Si bien algo se ha hecho en décadas anteriores con las historiografías de Ricardo Descalzi, Hernán Rodríguez Castelo y Franklin Rodríguez Abad, y más recientemente con la presencia de la revista El Apuntador y el tratado de Patricio Vallejo, ‘La niebla y la montaña’, este simposio permitió conocer desde la vivencia personal esos procesos, proponer más de una reflexión y abrir debates. Además, se prevé la publicación de un libro que recoja y sistematice las ponencias y las preguntas habidas en el conversatorio.
También es válida la iniciativa por la coyuntura desatada tras las discusiones entre los artistas escénicos y el Ministerio de Cultura.
Para organizar las ponencias y los foros, Asoescena cedió ante la idea de la periodización. Así en las cuatro jornadas se intentó cubrir cuatro ‘generaciones’, una por día, la última de las cuales se realiza hoy, desde las 10:00, en el aula Benjamín Carrión de la Casa de la Cultura. De igual manera, a cada generación se vinculó con un eje temático para desarrollar en las ponencias: de los años 70 a los 80, el teatro político; de los 80 a los 90, el teatro de grupo; de los 90 al 2000, la profesionalidad del teatro; y, del 2000 al 2010, las perspectivas actuales.
A las ponencias precedía una síntesis del contexto político social de cada década. El primer día se escuchó la voz de Fernando Moncayo, de La Rana Sabia, y de Víctor Hugo Gallegos, director de teatros de la CCE. En las conclusiones se pudo apreciar que los años 70 estuvieron fuertemente marcados por la influencia política e ideológica de izquierda, que, en algunos casos, devino en un teatro panfletario, que desde creadores burgueses no tomó en cuenta las reales necesidades del campesinado y se tornó paternalista. Pero también se habló de la marca que dejaron algunos de sus hacedores en los artistas que entonces se hallaban en formación.
Al día siguiente, Guido Navarro, de Teatro del Cronopio, y Adriana Oña, de Saltimbanquis, hablaron sobre las circunstancias en las cuales se desarrolló su trabajo teatral. En sus ponencias se remitieron al teatro callejero y al convulso ambiente social de los años 80. Las narraciones de las experiencias de estos teatristas soltaron cantidad de nombres de gestores; así como de procesos de formación en el país, pero principalmente en el exterior.
El concepto de grupo cobró fuerza en su palabra, como la idea de unirse para crear, accionar y resistir dentro de la sociedad. En esa misma línea, los recuerdos de esa época dejaron ver ya la necesidad de los teatristas por organizarse, surgieron así, la Coordinadora de Artistas Populares y la Asociación de Trabajadores del Teatro. Estas fueron dos organizaciones que surgieron por naturaleza propia del momento y de las búsquedas de los artistas. Sin embargo, se disolvieron dejando a la agremiación como una tarea pendiente, a pesar de las valiosas iniciativas de Asoescena. Se disolvieron por conflictos por los fondos económicos a distribuirse y por rencillas personales que tanto daño han hecho a la imagen del teatro ecuatoriano en el exterior.
La profesionalidad en el teatro fue el eje temático de la charla de ayer, allí estuvieron Marcelo Luje, de Tentenpié, y Roberto Sánchez, de Ojo de agua.