¿Cuántas Manuelas nos hemos inventado? Con esta pregunta comienza la entrevista con Hernán Rodríguez Castelo, en su casa de Alangasí, donde escribió su libro número 107, titulado ‘Manuela Sáenz’.
La empresa asumida por el literato e historiador quiteño no es fácil: tratar de encontrar a la persona más allá del mito. Porque, como Rodríguez Castelo se dedica a probar a lo largo de 154 páginas, Manuela Sáenz fue más que la amante de Simón Bolívar; triste papel secundario que le han querido dar. Tampoco fue aquella de la que hablan sus hagiógrafos.
La ilustre quiteña fue sin duda la persona más cercana al Libertador. La abundante correspondencia intercambiada por ambos así lo prueba. Pero no ha sido sencillo, ni para Rodríguez Castelo ni para ningún otro escritor empeñado en hacer un trabajo serio, constatar qué fue lo que realmente escribió Manuela Sáenz, pues se han forjado muchísimas cartas, a las que luego se les atribuye su autoría. ¿Con qué propósito? Para confirmar una cierta idea que se tiene de ella: la de la amante fogosa, hipererotizada…
Rodeado de cientos de libros de su biblioteca, el autor de este libro presentado hace pocos días (y que pertenece a la colección Bicentenario de la Casa de la Cultura Ecuatoriana), siempre se refiere al personaje por su nombre y apellido; casi nunca la llama Manuela -como evitando una familiaridad impropia-, como nadie se refiere a Simón Bolívar solo por su nombre de pila…
Y quizá ese trato, casi reverencial, se deba a lo mucho que Rodríguez Castelo admira el porte de Manuela Sáenz; intuido a fuerza de leer y releer sus cartas. Todas, misivas de una fuerza y una claridad innegables. El humor, nunca exento de ironía, y su “mala ortografía” (por momentos hay palabras irreconocibles) dotan de carácter a la correspondencia, que con minuciosidad el autor ha sabido rearmar, para descartar los inventos que sobre ‘la Libertadora del Libertador’ se han dicho.
Pero no solo las cartas escritas por Manuela Sáenz aportan a la reconstrucción de su personaje, Rodríguez Castelo abunda en referencias bibliográficas y comparaciones que sustentan su punto.
Así desarma la historia del rapto sufrida por Manuela Sáenz cuando estaba internada con las monjas Conceptas, a cargo de un oficial de apellido D’Eluyar, quien en las fechas en que pudo haberse dado el suceso combatía en Venezuela a órdenes de Bolívar.
Otra de las facetas que este libro rescata es la de analista política. Sus últimos años de vida, en Paita, Manuela Sáenz tuvo mucha correspondencia con Juan José Flores, a quien fue leal sin ser correspondida debidamente, solo porque lo consideraba un hombre de Bolívar. Por esta razón le prevenía de las múltiples conspiraciones que se cocinaban al sur del Ecuador y en Perú en su contra; sin embargo, él le hacía esperar semanas o meses por la modesta ayuda económica que ella le pedía, la misma que le ofrecía pagar con las pertenencias que aún tenía en Quito y sus alrededores.
De agudo olfato para las conspiraciones, con una facultad desarrollada para saber por dónde irían los tiros políticos, fue sin duda una persona clave en la gesta independentista, junto a Bolívar, al que amó, acompañó, aconsejó y defendió hasta el último día.