Entrar en el universo pictórico de Xavier León Borja es, de alguna manera, acompañarlo en su búsqueda. Quienes se animen, pueden hacerlo hasta el 3 de enero en la sala Kingman de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, en Quito.
León Borja (Quito, 1979) es un pintor en construcción; al recorrer la muestra ‘La toma de la casa grande’, el espectador pudiera tener la sensación de encontrarse con, al menos, cinco artistas diferentes. Pero no. Quizá esa latente alusión a la condición humana que aparece en los cuadros que conforman cada una de las cinco series es el único elemento que da una pista de que siempre se trata del mismo espíritu creador.
Tanto en orden cronológico, como en el que va la exposición, las obras pertenecientes a la serie Periferias son las primeras en permitir que el público se asome al pacíficamente convulso mundo interior que se puede adivinar en León Borja. Con un trazo muy gestual, el pintor contagia la emotividad de su propuesta.
Neza, que pertenece a esta serie, transmite de manera rotunda una cierta melancolía borrosa. La transparencia lograda con un manejo elaborado de la cromática evoca al abrazo triste de la niebla. Porque en Periferias, la temática -como el mismo autor admite- es obvia: la fatigada y desangelada vida de las ciudades. En este caso pudiera ser la experiencia de ciudad que León Borja ha tenido en México, a donde se fue a vivir hace aproximadamente seis años (permaneció allí cinco) para hacer una maestría en artes visuales; luego de dejar una carrera en Economía y una maestría en Estadística. No fue una decisión que le costó. Y hoy -asegura- vive de su trabajo artístico.
No solo en los ‘collages’ -en los que el encausto, el periódico, el acrílico, el óleo… se juntan-, los cuadros de ‘La toma…’ comunican mucho desde sus variadas texturas, que invitan a tocar el lienzo.
La ciudad hostil de la primera serie aparece también en el trazo limpio de las tintas que componen la serie Estructuras. La nitidez del papel contrasta con el enmarañamiento de la rutina diaria, materializado en patios caóticos y abandonados, por ejemplo. En este mismo grupo de pinturas está el óleo ‘Silla blanca’, que puede remitir a la cromática del Enrique Tábara más joven.
Cercano -como dice ser- al Informalismo Europeo, al Abstraccionismo Alemán o a la obra de Muñoz Mariño, León Borja también deja atisbar en una de sus tintas (de la serie Animal) su predilección por El Bosco. Es inevitable la asociación entre su ‘Sálvese quien pueda’ -dibujado sobre hojas de cuaderno- y ‘El jardín de las delicias’ del pintor holandés. “De El Bosco me fascina su capacidad de construir relatos”, dice.
En las obras que conforman Animal, León Borja explora de manera inmediata -en lo que casi parecen bocetos- la condición humana, que muchas veces se muestra como esperpéntica.
Narraciones es la serie que compendia de manera más evidente su paso por México. En estas tintas desfilan la imaginería y el imaginario de dicho país. Así nos encontramos lo mismo con Frida Kahlo o la Virgen de Guadalupe, que con el Chavo del Ocho.
Las obras que quizá más diferencia marcan con las demás de la muestra son las que pertenecen a Momentos; que comenzó en México y que completó en La Habana, donde ha pasado el último año. En éstas, León Borja trata de responder a una pregunta: “¿Cuál es el límite ético de la estética?”. En esa búsqueda pintó Ira, que es de un blanco absorbente, y que remite a la sensación del vacío, quizá de una profunda soledad salpicada de ternura. La dimensión psicológica de esta serie es aún más intimista.
En los próximos meses, León Borja estará en La Habana y luego -dice- se quedará a pintar en Quito, construyéndose a sí mismo.