Las palabras. Lo que se construye en el discurso, en la retórica. El poder de lo dicho, de lo edificado con la lengua. La(s) lengua(s) que mata(n).
La muerte no tiene como testigo un cuerpo, sino un discurso; la muerte como creación retórica: Y no es literatura, no es ficción, es “lo real”’ Una muerte/palabra/imagen. La palabra carne/huesos/podredumbre/imaginario, objeto en sí misma de sacrificio. En el sacrificio, el espectáculo; luego, ¿la catarsis?, ¿qué?
La palabra como constructora de la nada, de la desilusión social, de la emancipación del desastre.
El caso Obama-Osama es un juego de palabras. Un juego perverso, asesino de conciencias y provocador del nacimiento de un momento histórico donde la debacle, la masificación de la ignorancia e incluso el ideal de la paz, sonríen al mejor/peor postor. “Osama Bush Laden ha muerto”, circulaba en las redes sociales. Un nuevo espectáculo se produce en respuesta al primero: la misma palabra como objeto satírico y catártico. La palabra como canalizador y catalizador.
Al margen de esta textualidad histórica, escrita por unos pocos, pero acogida y celebrada por cientos de miles enceguecidos, otras fuentes de textualidades, de esas que nos han sostenido en medio de tantas malas-noches a algunas otras y otros, y que no ha tenido tanto despliegue mediático como las antes mencionadas, se han apagado.
Dos de los grandes maestros de las palabras, de esos que hicieron de ellas verdaderos proyectiles, como decía Walter Benjamin, han muerto recientemente. Que no estén más en este plano el chileno Gonzalo Rojas y el argentino Ernesto Sábato resulta doloroso en momentos como este.
Hoy me dan ganas de repetir como un mantra versos del gran poeta chileno: “Estemos preparados. Quedémonos desnudos/ con lo que somos, pero quememos, no pudramos / lo que somos. Ardamos. Respiremos sin miedo”’ Y creer en premisas como las que escribió Sábato, en su ensayo sobre La resistencia: “El mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria”.
No queda más. Es esto, o un poco de silencio, para no pervertir –siquiera con el coraje- la verdadera potencia de las palabras.
Bertha Díaz
Nació en Guayaquil en 1983. Periodista cultural con una maestría en Performing ArtsStudies. Investigadora artística y docente universitaria.