La música académica ecuatoriana no volvió a ser la misma luego de 1984. Hasta entonces, el nacionalismo local había visto a la Sierra como fuente predilecta para nutrir el alma musical. Pero fue con la aparición de ‘Iwianchi‘, partitura de Marcelo Ruano y Jorge Campos, cuando el espectro de la composición hecha en el país miró a la región Amazónica como un terreno inhóspito, lleno de sonidos y leyendas a ser inmortalizadas en las líneas de un pentagrama.
La versión original fue una obra colectiva para Orquesta de Cámara, que por pocas veces fue interpretada en el país durante los ochenta. Ayer, 30 años después, Ruano presentó, de la mano de la Orquesta Sinfónica del Ecuador, una pieza remozada, en la que incorpora diversos elementos que no solo han extendido de 6 a 10 los minutos su duración, sino que requieren de una orquesta sinfónica completa para su interpretación.
Poco antes de que la OSNE estrenara la versión de Ruano, el compositor habló con este Diario sobre su composición.
¿Cómo se desarrolló la investigación previa?
La pieza tiene un origen en la noción del “iwianchi”. Esto significa revestirse del espíritu del mal para defender a algo. Claro que esta es una concepción más moderna ya que, en principio, con este término los shuar se referían a algo similar a lo que en Occidente se conoce como demonio. Ellos ven al iwianchi como un ser, un espíritu del mal que a veces se encarna en los animales de la selva; también a un viento animado, a fenómenos misteriosos para ellos. Por lo general, lo que querían era tener cuidado porque el Iwia (el gigante antropófago que se comía todo cuanto existía sobre la Tierra) quería hacer daño a los shuar.
¿Cómo clasificar a esta obra dentro de los géneros musicales?
La estructura es de un tema con variaciones. La investigación realizada con ellos permitió conocer que dentro de su repertorio manejan un lenguaje trifónico (tres sonidos).
¿Por qué la partitura se quedó en los ochenta y no se la interpretó más?
Considero que tanto la música de las culturas amazónicas y de las culturas negras, a diferencia de la música de la Sierra, siempre ha tenido menor valoración. Pero también es porque antes se desconocían estas músicas. Antes no podíamos acceder a grabaciones de música hecha por indígenas de la Amazonía.
Entonces el nacionalismo musical ecuatoriano no le dio importancia a otras sonoridades…
En principio, creo que fue por el desconocimiento existente. Por ejemplo, nosotros tenemos a Segundo Luis Moreno como representante etnomusicológico que nos permitió tener registro de estos pueblos. En sus investigaciones hace referencia a los sonidos de esta región, algo que músicos académicos no lo valoraron. Que esto haya cambiado en la actualidad se debe a la construcción de un Estado pluricultural.
¿Hay la presencia de otros compositores en la estructura de la partitura?
Sí. En la misma estructura, el hecho de tener tema y variaciones hace que uno recurra a técnicas compositivas occidentales. Y por ahí estamos acercándonos a ciertos músicos y tipo de orquestación que es más siglo XX.
En el pasado siglo, desde el serialismo se hicieron interesantes acercamientos a ritmos tradicionales. ¿Usted se acerca así a lo shuar?
No. Hay referencias polimodales, un trabajo que en música resulta montaje de varios tonos y modos a la vez que están pugnando en quién comanda el asunto.
Marcelo Ruano. Desde 1984 hasta la actualidad ha realizado más de una treintena de obras, entre estas: ‘La epopeya alfárida’, ‘Imágenes’, ‘Obertura Plaza Grande’.