Confieso, con rubor, que hasta que cayó en mis manos -de forma algo fortuita- este libro de pastas blancas y diseño parco y feo, con un título igual de prosaico (‘Casa de verano con piscina’), jamás había oído del neerlandés Herman Koch.
Obviamente, no conocía la sólida trayectoria de Koch como narrador, periodista y actor en las tierras de los molinos de viento y más allá. Peor aún que su ópera prima, ‘La cena’, publicada en el 2010, es una de las novelas más vendidas y comentadas en la culta Europa del último tiempo.
Pero bastó la lectura de las primeras páginas para que, como estilan los adolescentes de esta época, me convierta en un seguidor incondicional de la pluma de este holandés; tan certera como un escalpelo de neurocirujano.
La escritura de Koch es como el quehacer de un boxeador enseñado a golpear a su rival sin darle ni un minuto de respiro ni oportunidad para reflexionar. Es más letal que un gancho al hígado.
En la novela, Marck Schlosser es un médico de cabecera cínico y pragmático, que siempre le apuesta al éxito como objetivo. Así su diagnóstico diste mucho de la realidad y se acomode como un guante a lo que quiere escuchar su cliente; al final de cuentas quien paga el lujoso estatus suyo y de su familia. Un hogar -esposa y dos hijos- al que ama profundamente y por el que, como si fuera el más recalcitrante latino, daría hasta la vida.
Cuando conoce a Ralph Meier, un veterano, aún popular actor y su joven pareja, sus mundos se entrecruzan y elaboran una trama… digna de una novela y con un desenlace en esa misma órbita.
Lo que piensa Schlosser y cuenta Koch cuando examina a una paciente gorda: “Los sonidos dentro de un cuerpo demasiado gordo son distintos de los de uno donde los órganos tienen espacio suficiente. Deben esforzarse más. Luchan por caber. Una lucha perdida de antemano. Hay grasa por todas partes. Los órganos están aislados por todos los frentes. Los pulmones tienen que apartar grasa con cada aspiración… La grasa se resiste… Jamás devuelve el espacio que ha conquistado”.