Huraño y a veces intratable. Genial, minucioso y obsesivo. Distante. “Precioso” e insufrible, en palabras de Zaida (su esposa). Todos estos adjetivos corresponden a un solo hombre que fue padre, artista, esposo, fotógrafo’ a quien en vida llamaban Hugo Cifuentes.
Su hijo Diego acaba de editar un libro que recoge 73 fotografías y 61 dibujos de autoría de Hugo; en estos días ‘Hugo Cifuentes’ (Dinediciones 2010) está llegando a las librerías, para “hacer justicia a la memoria de mi padre, para que se aclare que más que fotógrafo, él era un pintor, un artista”.Una de las imágenes más nítidas que tiene Diego de su padre es de cuando lo encontró dibujando sobre la cama, concentrado, con un cigarrillo humeante en la boca, y el rostro desencajado al grito de “¡Qué!”, mientras él, aún niño, entornaba la puerta del cuarto para preguntarle algo.
La relación de Diego con su padre no fue fácil. Y por eso de alguna manera este libro es la culminación material de un largo proceso de reconciliación.
“Cuando me quise acercar a él ya era tarde, el Alzheimer no permitía ninguna reconciliación; después de que murió, finalmente una noche, solo, con una botella de vino de por medio entendí el amor de papá y me reconcilié con él”, dice Diego y asegura que eso se nota en la edición gráfica del libro, que a su entender está cargada de ternura por su padre.
Quizá por eso escogió la foto de la portada casi a ojos cerrados: una madre peinando a su hija. Un momento de cariño, de cuidados prodigados. Quizá una escena que nunca vivió con su padre, pero que ahora siente propia.
Como la foto de la portada, el 30 por ciento de las imágenes que recoge el libro es inédito. Diego buceó durante dos años en los archivos de negativos, contactos y dibujos de Hugo, y así fue reconstruyendo a ese artista que empezó a admirar en su niñez. “En cambio a mi papá lo odiaba; no sé cómo pero yo podía hacer esa distinción entre el artista y el papá”.En el libro también constan algunas de las fotos que formaron parte del ensayo ‘Huañurca’ (que en kichwa significa murió), con el cual Hugo y su hijo Francisco ganaron el Premio Casa de las Américas, que otorga Cuba. La foto de un recién nacido muerto, dentro de un pequeño ataúd es una de las más impactantes, por su dureza y por su naturalidad.
Las fotos tomadas por Hugo y escogidas por Diego para el libro hablan de un Ecuador distinto al de hoy, donde esbeltas negras de El Chota se contonean seguras con cántaros de cerámica sobre sus cabezas; o donde un borracho duerme apacible, en medio de un camino de herradura, casi debajo del burro que lo transportaba.
A criterio de Diego, su padre hacía concesiones cuando se trataba de fotografía: “hay mucha ternura y mucho humor en ellas”. También asegura que su padre marcó un hito en la fotografía ecuatoriana, en los años 80, cuando introdujo un elemento nuevo: la poética; la misma que ciertamente está presente en las fotos del libro.
En cambio en su obra pictórica era implacable. Lúgubre y denso: así es el dibujo de Cifuentes, en su trazo y en su temática. Obsesionado con sotanas y hábitos, monjas y curas goyescos desfilaron por sus cartulinas, muchas de las cuales fueron dibujadas en su habitación, pues no le gustaba trabajar en el estudio; el mismo que ahora ocupa su hijo Diego, en la casa de la familia, en San Rafael. En ese sitio, Diego y Zaida recuerdan a Hugo como ese hombre extraño y amado, que pintaba y les festejaba los ‘no cumpleaños’.