A la recién restaurada casa-museo de Juan Montalvo se ingresa por un pequeño cuarto. Antes fue la tienda del padre, Marcos Montalvo, comerciante de telas, descendiente de inmigrantes andaluces.
Los materiales de construcción tienen ese toque de caballeriza y de morada de hacienda: pisos de ladrillo visto, anchas paredes de adobe de medio metro y puertas de tablón.
Lo más destacado de la primera de las seis salas es la réplica de un óleo de Juan León Mera, pintado en 1886, y reproducido por Galo Chávez, en 1997. Representa a la Plaza Mayor ambateña (actual parque Montalvo), la iglesia matriz y la casa del escritor. Este ambiente ofrece fotos antiguas de Ambato de 1892 y algunos muebles y enseres de la familia, como el costurero. La principal puerta de ingreso (solo se abre en eventos especiales) es singular. Es un portón grande que conectaba a las caballerizas, en el terreno donde hoy se levanta el mausoleo.
En una placa se lee: “Visitante entra con respeto: aquí vivió una luz del espíritu”. Mario Mora da sentido al mensaje: “Montalvo es una luz por su pensamiento y sus escritos. Es el gran referente para los ecuatorianos y para la juventud”. El patio interior, de estilo español, posee corredores amplios.
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Las gradas que llevan a la segunda sala son de ladrillo. Allí se muestran los retratos de cuerpo entero de Montalvo, su esposa, Manuela Guzmán, y la hija, María del Carmen. Varios ternos se conservan dentro de vitrinas. Siempre vistió con traje negro y camisa blanca de manga larga.
Montalvo se graduó como maestro en Filosofía, en mayo de 1851. “A pesar de que no ejerció la cátedra en las aulas, lo hizo con su vida, sus enseñanzas y su pensamiento, una verdadera cátedra por su orientación humanista”, reseña Mora.
El ambiente de silencio permite a los turistas acercarse a los escritos que se guardan en vitrinas herméticas.
Rosa Rodríguez es ingeniera en Sistemas que arribó de Quito a visitar a los parientes. La tarde del pasado lunes aprovechó para recorrer el museo. “Me impactó la copia escrita a mano de la fe de bautismo de Montalvo. En la sala del escritor conocí sus obras más trascendentales como ‘Los capítulos que se le olvidaron a Cervantes’, ‘El Cosmopolita’, y algunos manuscritos originales”.
Una estancia se adecuó con los retratos de los personajes que tuvieron relación política con Montalvo. Compartió con José María Urbina, el único presidente tungurahuense de la República. Con Eloy Alfaro, de quien los historiadores aseguran que fue la espada, pero Montalvo la pluma de la Revolución Liberal.
En la última sala, una fotografía tomada en París en 1925. Están literatos y científicos. Miguel de Unamuno, escritor y filósofo español, pronunció un discurso en honor al escritor ambateño.
Pedro Reino considera que la obra de Montalvo debiera ser un referente obligado, un catecismo cívico. “Negocios, calles, parques, en fin, llevan el nombre de este autor clásico. Pero se requiere desmenuzar su obra para que las nuevas generaciones puedan entenderla y aplicarla. La cátedra de Montalvo es un buen esfuerzo, pero no es suficiente”.