La obra literaria, como toda obra de arte, no es solo fidelidad a una herencia; su vigencia dependerá, en gran parte, de aquello que aporte de novedoso, de distinto, de original, de personal del escritor. La trascendencia de una obra literaria estará siempre en relación con la propuesta que, en ella, se plantee; propuesta que entrañará, posiblemente, una nueva visión del arte, la apertura de otros caminos para tratar de entender la aventura humana. Y aunque aquello podría parecernos ya agotado (pues, supuestamente todo estaría dicho bajo el sol), siempre habrá nuevas palabras para explicarla, sentirla y nombrarla. El acto rebelde, aquel que afirma la libertad del espíritu apartándose del dogma imperante, es el inicio de la búsqueda de lo diferente, el fundamento de la evolución del pensamiento ya se manifieste en filosofía, arte, ciencia o tecnología. Sin heterodoxos, sin apóstatas y herejes la humanidad hubiese permanecido estancada. La duda y la contradicción, la rebelión contra la inmovilidad de la creencia fueron siempre el germen del progreso humano.
En esta aventura por tentar otros caminos, tan propia del arte y de la literatura, lo que menos importa siempre son las proclamas teóricas de las escuelas literarias; son las obras concretas que surgen de tales planteamientos las que merecen analizarse. La visión teórica que orienta un proyecto puede ser lúcida y la mente de quien la propone es, a lo mejor, brillante, pero si el producto que surge de tales propuestas es mediocre, sin el vuelo suficiente, sin el talento propio del genio, no cuenta para la historia literaria sino como un episodio, un intento fallido. No basta la emoción nueva, es necesario crear el objeto literario que comunique al lector ese descubrimiento. No toda herejía llega a ser fecunda para la historia de las ideas por el solo hecho de serla.
Juan Valdano
Ensayista, novelista. Miembro de Número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua.