Entre la penumbra, a ratos asaltada por las luces de la calle, y del silencio interrumpido por las bocinas de los autos, transita doña Dione. Ella es la mensajera del Festival Internacional de Teatro Experimental (FITE Q/G).Rodeada de papeles, catálogos, sobres manila y correspondencia, ella sonríe para espantar a los nervios. Su palabra es lenta y a ratos esquiva, pero habla ‘morochamente’ y la sinceridad trasciende el sonido de su voz.
En abril, la oficina de la Corporación Teatral Tragaluz no tiene la bulla de septiembre y octubre, meses en los que se desarrolla el Festival. Esos son días de tensión, de ‘corre, corre’, de largas jornadas y madrugadas.
Ahora, con la noche cayendo sobre la ciudad, Dione vuelve a su infancia. Gonzanamá, cantón de Loja, fue el sitio de su nacimiento. El 11 de diciembre de 1963, Evaristo Cabrera vio a su esposa, América Jaramillo, alumbrar a su segunda hija. La recién nacida llevaría los nombres de Germania Deonisia.
“No me gusta y, además, está mal escrito, por que no es Deo- sino Dio-nisia”. Sin embargo, aunque mucha gente se ríe de su nombre y ella desconoce los motivos de sus padres tuvieron para imponérselo, repite lo aprendido con cierta dignidad: “Dionisio es el dios griego del teatro”.Con la bebé en brazos su familia retornó al campo. Allí creció, jugando entre la hierba, correteando con el ganado. Con tuzas y hojas del maíz armaba un niño envuelto, que reemplazaba a una muñeca; con trapos viejos o medias rotas amarraba una rústica pelota, a la que ella y sus ocho hermanas perseguían hasta despedazarla.
Como no había otro varón en su casa más que su padre, todas las hijas salían a echar mano en la tierra. Esa experiencia definiría su dedicación al trabajo y su vocación por el servicio.“Lo que se cosechaba era de lo mejor”, dice mientras aparta el chicle que mastica, para evocar el sabor del zango de maíz que preparaba su abuela. Tras moler con una gran piedra el grano tostado, cocinaba el potaje añadiéndole queso o chicharrón.
Hasta ahora guarda las recetas de los platos tradicionales, los hace en su tiempo libre, pues su otra pasión es la cocina, los olores y los sabores lojanos.El juego y el trabajo en el campo se interrumpían solo una semana al mes, cuando el profesor llegaba a lomo de mula, sorteando pendientes y quebradas para enseñar las letras y los números en la escuela unidocente.
A sus 15 años compró un pasaje de autobús con destino a Quito. Buscaba nuevas oportunidades de trabajo y dejaba atrás el anhelo de ser monja: “me veía vestida con hábito… pero se me pasó” , comenta con una sonrisa.
En la capital se dedicó por años al servicio doméstico. A lo mejor fue entonces que Dionisio, esa festiva deidad, designó que la vida de Dione empatara de alguna forma con la actividad artística. Sus pasos fueron guiados al hogar, en ese momento formado por el músico Julio Bueno y la actriz Rossana Iturralde, hoy directora del FITE Q/G. De ella ya no se separó más. Hoy tiene con ella una relación de complicidad.
La empatía entre ambas surgió de inmediato. La actriz la describe como una persona que “se compromete a muerte con lo que hace, tiene una memoria extraordinaria, siempre aliviana las tensiones, tiene sensatez y lucidez para decir las cosas… El día que no esté me muero”.
Trabajar en medio de artistas, sin horarios de oficina y con un ritmo de vida diferente fue un cambio significativo. De esos días recuerda a Bueno con el cabello largo, sentado frente al piano. Escucharlo tocar el instrumento con esa destreza perfeccionada en Rumania fue como un sueño para Dione. Asimismo, presenciar el rodaje del filme de Camilo Luzuriaga, ‘La Tigra’, en Taina, Manabí, le abrió los ojos a otro mundo.
Mientras Iturralde actuaba para la película de 1989, Dione cuidaba de Sebastián, el hijo de la actriz, a quien recuerda como un niño tierno. Él corresponde: “Me cuidaba mucho. Confío bastante en ella, y tiene todo mi cariño, es parte de mi familia”.
Durante los años que Iturralde estuvo en España para completar su formación, Dione formó una familia. A su esposo, el policía Miguel Sarango, lo conoce desde la infancia; fueron compañeros de escuela, pero años después se encontraron en Quito y juntos se sanaron las heridas de relaciones pasadas.
Su amor creció con la llegada de dos hijas. “La relación es bonita, compartimos y nos entendemos bastante bien. Se preocupa por nuestras hijas, es cariñosa”, dice Miguel, feliz.
Tanya, de 25 años (a quien tuvo antes de su matrimonio con Sarango), Karen, de 12, y Evelyn, de 11, son las hijas de Dione. A ellas intenta transmitir la mayor lección que aprendió de sus padres: la unidad. “Todos somos uno solo, compartimos desgracias y alegrías”. También les dedica su tiempo libre para cocinarles platos lojanos o para ir a la piscina. Quiere aprovecharlas, “pues los días pasan y ellas crecen”.
A sus padres los visita en vacaciones, ya solo ellos permanecen en Gonzanamá, duros y labrando la tierra, cada vez más árida. Tres de sus hermanas emigraron a Italia y las demás mantienen comercios o pequeños restaurantes en Quito.
A la Corporación Tragaluz, y al FITE Q/G, llegó por una propuesta de Rossana Iturralde: “Un día me dijo: ‘¿Quieres ganar un dinerito extra, no te hace mal. Trabaja para la Corporación, me ayudas con los trámites y con la correspondencia?”. Dione aceptó, sin imaginar que así firmaba su primer contrato con el teatro ecuatoriano y mundial.
El valor de la unidad, prendido en el campo lo repite cada año, en la ciudad con el equipo que se conforma para sacar adelante las dos semanas de funciones, talleres y encuentros del Festival. Las horas de esos días se recortan, la presión aumenta y los retos exigen agilidad. Para ello el compromiso de Dione es esencial, en más de una ocasión ha sido ejemplo para los que están a punto de tirar la toalla.
Para María Augusta Ortega, quien ha coordinado la logística del Festival en varias ediciones, Dione “tiene fidelidad al proyecto y su nivel de compromiso es súper alto. Es responsable de lo que hace y desprendida de todo lo material, pues con el talento que tiene podría haber sido muchas cosas… pero optó por la maternidad y la mensajería con dignidad y el valor que conllevan”.
Como mensajera del FITE Q/G no pierde la oportunidad de sentarse en la butaca, durante las funciones, y presenciar las obras de los grupos numerosos extranjeros y nacionales que año a año vienen a Quito.
Una le gusta más: la función de la obra ‘Roman Photo’, que la compañía chilena Gran Reyneta presentó en el edición del 2005. A Dione le fascina el teatro, le parece la actividad artística más bella. Con la experiencia que le ha dado ver tantas obras, dice que prefiere el teatro clown, donde el cuerpo es el protagonista y donde prima el movimiento y el ritmo.
En el contacto con esos grandes actores y actrices que llegan al Festival, Dione se siente “chiquitita”, el impulso de pedir un autógrafo se corta por la “penita o por la discreción”. Pero los analiza, los distingue y sabe reconocer cómo y cuán bien un actor interpreta a un personaje.
El Teatro Nacional también le preocupa, como algo de su propia familia. “Hay grupos ecuatorianos muy buenos, pero no tienen el apoyo económico y del público suficiente para desenvolverse, por eso les toca dedicarse a otras cosas y no a crear…”.
Antes de llegar al Festival, esta mujer sencilla no había ido nunca al teatro. Pero ahora lo considera un elemento importante en la vida de cualquier ser humano. Sus razones: “Somos nosotros mismos, es lo cotidiano lo que está en el escenario y todo el mundo debe acceder a ello”.
Dione agradece ahora haber entrado en el mundo del arte. Ahora es la mensajera que comparte su nombre con el dios del teatro, y en cuyo honor, sortea el tráfico cada día y espera en largas filas para realizar los trámites y las gestiones que mantienen vivo al Festival Internacional de Teatro Experimental.