Acaba de escampar. Son las seis de la tarde en Quito y empieza a oscurecer. Luego de dos canelazos -por el frío, claro- salimos con Santiago Vizcaíno del edificio Mariscal Sucre, en la Universidad Andina. Nos dirigimos hacia la Veintimilla; le explico que vamos a un estudio para grabar sus poemas, y que podemos hablar en el camino.
Así empieza la conversa… Santiago regresó hace algunos meses de Málaga, España, donde realizó estudios en Gestión del Patrimonio Literario: “Allá tuve tiempo para escribir y para leer”. Camina despacio y responde pacientemente a mis preguntas. Me entero de muchas cosas y temo no retenerlo todo. Cruzamos por el nuevo edificio de la Politécnica, un atajo conocido por los estudiantes.
Santiago recuerda sus días en la Universidad, habla de El Decano (una cervecería cercana que ya no existe) y de las horas huecas, y aclara que no conocía este nuevo atajo. Caminamos lentamente.
No tiene prisa aunque debe regresar a Guayllabamba, donde vive, y como le toca pico y placa, lo hará en bus. Hablamos un poco de poesía, del silencio de Pizarnik, de ‘En la Penumbra’ (su segundo libro), de los poemas de sus contemporáneos… Cuando vivía en Quito había más ruido y casi siempre lecturas y encuentros a los que ha dejado de asistir: “Ahora estoy un poco más preocupado por mi tesis y no salgo demasiado”.
Pasando por la Universidad Católica, la conversa se hace más fluida. El ambiente húmedo, las luces de los autos y la oscuridad, que empieza a instalarse, parecen relajar a Santiago, que habla del valle de Guayllabamba, del contexto bohemio de los poetas, de los días de la Universidad y de los lugares que visitó en Europa.
Todo se conjuga en su mente y empieza a dibujar en su rostro un aspecto melancólico. Estamos en la Veintimilla, pasamos al lado del bar Cacao y Cacao: “Aquí hay una lectura hoy, tal vez luego me vuelvo… aunque quizás vaya directo a mi casa”.
El estudio le parece raro, pero está de acuerdo. Nos deleita con dos poemas nuevos, escritos en Málaga, para un libro que prepara con el título ‘Hábitat del Camaleón’. Antes, lee ‘Yo’, el último de ‘En la Penumbra’. Los poemas tienen muchísima fuerza. Al salir, él se despide y yo le pregunto si todavía alcanza el bus: “Sí, pero antes me voy a oír a los poetas un ratito”.
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