Daniel Adum: Guayaquil es un pueblo grande

En el Inmundicipio, hogar del arte rechazado.  Daniel Adum dentro de una casa que alquila en Urdesa para hacer exposiciones. Foto: Mario Faustos / EL COMERCIO

En el Inmundicipio, hogar del arte rechazado. Daniel Adum dentro de una casa que alquila en Urdesa para hacer exposiciones. Foto: Mario Faustos / EL COMERCIO

La mañana del martes 8 de diciembre del 2004, Daniel Adum recibió la llamada de un familiar que en ese entonces trabajaba en el Municipio de Guayaquil.

- Dani, si tú fuiste el que pintó los chanchitos en las paredes públicas, ¡dímelo ya! -le rogaron .

-Sí, ya, yo fui, ¿qué pasa? -preguntó Daniel, como haciéndose el desentendido.

-Pasa que el Alcalde (de Guayaquil, Jaime Nebot) está cabezón. ¡Ya no sabe qué hacer!

En el preciso momento de la llamada y los días previos, circulaba en Guayaquil un correo electrónico anónimo que aseguraba que los chanchos habían sido pintados por pandilleros Latin King.

En el mismo e-mail se decía que los miembros de esa pandilla matarían a 200 guayaquileños de clase alta en los lugares donde aparecían los dibujos. Esto como venganza, pues un millonario de Guayaquil había matado a dos líderes de la pandilla.

Había más mentiras: que los chanchos pintados de rojo significaban muerte; los negros, violación; y los blancos , solo susto.

Facebook y Twitter no existían. Era la época de las cadenas de correos o ‘forwards’, la abuela de las redes sociales. La gente ya empezaba a hacer públicos sus miedos.

Ese correo -que nunca se supo a quién perteneció- se regó con la rapidez de una gripe. Los medios de comunicación lo difundieron como rumores. “Se dice...”, “Supuestamente...”, “Al parecer...” se lee en los recortes que conserva.

Guayaquil entero se escandalizó. Algunos colegios cerraron temporalmente sus puertas. Los padres impedían a sus hijos salir de casa. Nadie sabía quién había pintado los chanchos. Y mientras todo eso ocurría, Daniel Adum, el autor, guardaba silencio y cuenta que se “cagaba de la risa”.

“Me parecía superdivertido que la gente fuera tan cojuda. Yo sabía que el chancho no significaba absolutamente nada. Cuando ves que la gente arma tremenda estupidez, no te queda otra que cagarte de la risa. No podía ponerme a sufrir. Guayaquil es un pueblo grande de cemento. Qué nivel de idiotez que se vive en esta ciudad”, se sorprende Daniel, quien además de ser artista se encarga del marketing de la empresa constructora de su padre.

Han pasado oocho años desde entonces. Daniel está en su departamento. Como si se tratase de un pacto con el diablo, disfruta, a las tres de la tarde, goleando por tres tantos a cero, en Fifa 3, que es un juego de fútbol de Play Station 3. El tres es el número de la inspiración artística, según una página web española que se dedica a la numerología. El artista juega con Ecuador, yo con Inglaterra. Acaba de finalizar el primer tiempo. “¡Qué lindo como trabaja el periodista! ¡Jugando Play Station, carajo!”, se burla.

Fiona, su hija de 10 años, llega de la escuela y le cuenta que se tiró un gas en plena clase. Lo narra alegremente y no como una desgracia infantil. También llega Paulina Obrist, su esposa y quien recién interpretó a Antonia en la película ‘Sin otoño sin primavera’, de Iván Mora. Viene maquillada, luego de posar para una sesión de fotos de la revista Access de Direct TV, que la solicitó para ser la próxima portada.

“¿Tienes pestañas falsetas? Qué cague de risa. Nunca te había visto con pestañas falsetas”, se ríe con cariño Daniel. Fue ella la única que lo acompañó en el 2004 a dibujar los chanchos en las paredes públicas de Guayaquil. Lo hacían durante las madrugadas para que nadie los vea. En ese entonces eran novios. Llevaban un año.

“Paulina era mi cómplice”, cuenta Daniel. En esa época la protegió públicamente con el pseudónimo de Ani Pual. Daniel acudió a las pintadas con el cabello largo, con una cola de caballo agarrada con un moño y atravesada por una pluma de ave. Iba con un bolso de la milicia estadounidense, de tela tipo drill. Llevaba latas, una tabla para dibujar, rotuladores, un espray y una cámara Sony de 5,5 megapíxeles

En general, la crítica de arte coincidió en la opinión: la de Daniel fue la primera intervención de stencil en Guayaquil. Esta técnica de grafiti consiste en el uso de una plantilla con un dibujo recortado para aplicarle aerosol encima y que quede registrado sobre cualquier pared.

También cargaba un control remoto. Es que una época a Daniel le dio por ser diferentes personajes: un día salía a las calles con un control remoto, otro con un casco de motociclista. “Era una forma de experimentar el performance (arte en vivo)”, cuenta Daniel quien también sufre “el síndrome de coleccionar pendejadas”.

Pero regresemos a su departamento, que queda a orillas del estero Salado. “El estero es como el familiar no reconocido de Guayaquil. Le hemos dado la espalda. Está en la mierda”, se queja.

Mientras más ve el estero, más le irrita a Daniel lo contaminado que está. Tan solo a dos cuadras, queda el Inmundicipio, una casa enorme que él alquila y que se convirtió en el hogar del arte rechazado de Guayaquil. Son públicas las disputas y el juicio que a Daniel le colocó el Municipio por una de sus intervenciones urbanas llamada ‘Litro por Mate’. Esta casa acoge a todos los artistas a los que no se les permite hacer arte en las calles.

Al Inmundicipio nos dirigimos. Daniel ingresa a su camioneta. Al llegar a ese espacio, grita: “No traje las llaves. Valí”: Media vuelta. Regresamos a su casa. Llama por teléfono y le pide a Paulina que le lance las llaves por la ventana.

Esto no sucede y es Magi (como llaman a Marjurie, quien hace la limpieza de la casa) la que las baja y se las entrega en las manos. “Tanta formalidad para unas llaves”, se ríe Daniel. Ya en el Inmundicipio, pinta varios chanchos. Los pinta sobre hojas tamaño A4. Los va a vender el próximo 8 de diciembre en la presentación de su libro titulado ‘La verdadera mentira de la chanchocracia’.

Se trata de un libro que contiene recortes de prensa con noticias sobre la chanchocracia. También documentación fotográfica y comentarios suyos. A Daniel le resulta insólito que en el tardío 2004 los guayaquileños no hayan podido decodificar lo que es el arte urbano y caigan en el miedo.

El lunes 7 de diciembre del 2004, un día antes de que lo llamara el Municipio de Guayaquil, lo llamó un periodista de El Universo para preguntarle si él era el autor. Él lo negó.

“Quería guardar la primicia para el segmento de Arte de La Revista”. Pero no pudo hacerlo. La “primicia” supuestamente iba a salir publicada el domingo 13, pero ante tanta presión, se vio obligado a admitirlo antes.

“Nunca me asusté. Solo cuando los vi a mis padres asustados, con cara de ‘La tienes jodida’, me asusté un poco”, dice. La pena fue pagar USD 100 y borrar todos los chanchos de las paredes.

En el Inmundicipio me muestra su actual trabajo. Ya no dibuja chanchos como lo hacía en el 2004: de un solo color (rojo, blanco o negro). Ahora mezcla más colores. Hacer lo mismo le aburre.

El libro le pone fin al capítulo de la chanchocracia. El animal se convirtió en un ícono pop de Guayaquil. Como un último gesto, quizás de agradecimiento, quizás de despedida, en la presentación del libro se regalarán sánduches de chancho.

 Sobre la chanchocracia
Fue un fenómeno  social-artístico  que quizás nunca más se repita. Daniel Adum pintó en el 2004  clandestinamente chanchos en varias paredes públicas de Guayaquil.Se difundió el rumor de que habían sido pintados por pandilleros.

Según la significación  que se les dio, los chanchos rojos significaban muerte, los negros violación y los blancos susto.

En un principio,  Daniel Adum negó ser el autor. Después, ante tanta presión, tuvo que admitirlo. Ahora alista un libro que contiene fotos y recortes de prensa con noticias sobre este fenómeno de la cultura urbana.  

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