Jorge Salvador Lara se mueve cauto, ayudado de una muleta, por la espaciosa biblioteca de su casa; busca la edición número 69 de la revista Museo Histórico, la última que editó en su calidad de Cronista de la Ciudad y director del Archivo Metropolitano de Historia de Quito.El lunes pasado, en la columna de opinión que publica en este Diario desde hace 40 años, Salvador Lara hizo pública su decisión de dejar este cargo, que desempeñaba desde 1992. Lo hizo porque entró en vigencia la norma que obliga a los servidores públicos a retirarse a los 70 años de edad, y él ya tiene 84.
Sentado en la única silla de su casa que le permite estar cómodo (tiene dos prótesis en su cadera), muy erguido y rodeado de los cerca de 25 000 libros que tiene como su patrimonio más preciado, el ahora ex cronista de la ciudad hace un recuento de los últimos 18 años de su vida en esta función.
La propuesta
Cuando a inicios de los noventa Rodrigo Paz, entonces alcalde de la capital, conoció a Eusebio Leal, el cronista de La Habana (Cuba), en una reunión en República Dominicana, volvió a Quito con un objetivo: encontrar una persona que cumpliera esa función aquí. No fueron pocos quienes sugirieron el nombre de Jorge Salvador Lara.
El cronista de la ciudad es sobre todo un gran conocedor de la historia. Y Salvador Lara lo es. De hecho, fue director de la Academia Nacional de Historia del Ecuador de 1979 a 1999.Logrados los acuerdos, el Alcalde y el nuevo cronista encontraron el lugar ideal para el funcionamiento del Archivo Histórico. Así fue como el acervo hasta entonces desperdigado en seis instituciones distintas terminó organizándose en lo que fuera la biblioteca de Jacinto Jijón, en una pequeña edificación junto a la imponente Circasiana.
A partir de ese momento, Salvador Lara fue el primer cronista oficial contemporáneo de la ciudad; antes, esas funciones las cumplió Roberto Páez, aunque sin nombramiento y solo por el gusto de hacerlo, en su calidad de secretario del Municipio. Solo una vez retirado de sus funciones, Páez fue reconocido como el primer cronista de Quito.
El día a día
La función del cronista (practicada inicialmente en los ayuntamientos de origen español) se mantiene más o menos igual que hace siglos, según explica Salvador Lara. “Se trata de ir haciendo poco a poco la historia de la ciudad, que se nutre de libros y de experiencias cotidianas”.
Los miércoles, por ejemplo, él los dedicaba a las reuniones de la Comisión de Áreas Históricas, que vigila el mantenimiento de la tradición, “para no volver a cometer errores como el permiso para la construcción de edificios como el de La Previsora en pleno Centro Histórico”. El cronista vela porque se mantenga el espíritu de la ciudad.
Otra responsabilidad: presentar informes sobre los nombres de sus calles. En los últimos seis meses, Salvador Lara asegura que hizo unos 500 informes (la cantidad él la atribuye al crecimiento de sitios como Nayón, Tumbaco y Cumbayá). “La idea es asegurar la conveniencia del nombre de una calle”.
Salvador Lara también pasó largas horas en su despacho atendiendo las inquietudes más disímiles. Le llegó a divertir tanto la curiosidad de la gente que llenó dos cuadernos, en los que registró “ las consultas que se le hacen al cronista de la ciudad; la gente averigua las cosas más increíbles: como la historia de la cocina, cuáles son las bebidas tradicionales o la música propia de Quito”. Pero el cronista no les daba las respuestas, les guiaba para que buceen en el Archivo Histórico y solos den con ellas.
El ahora ex cronista cuenta todo esto con una nostalgia que es reemplazada inmediatamente por la ilusión renovada de quien tiene muchos planes; en su caso: dedicarse por completo a seguir escribiendo libros.