El ser humano nace indudablemente con inclinaciones y vocaciones y durante su vida puede aceptarlas o rechazarlas conscientemente o no. Durante ésta pueden quedar atrás valores que con verdadera fe y consistente trabajo, tutela, reconocimiento y ayuda temprana de los padres hubieran hecho de él un excelente científico, gran pintor, creador o intérprete.
Pero este ser humano en el que se apagó la luz del don y aquellos que no lo tuvieron pueden llegar a amar el genio de la creación en otros. Ciencia, humanismo, filosofía, bellas artes, pueden formar parte del acervo cultural, amor y conocimiento de una persona que consideraríamos en nuestra sociedad como muy normal y que se acercó a la genialidad de los otros sin temor, que hizo suyos teorías, ideas, libros, cuadros, esculturas, sinfonías y sonatas.
Es en el seno familiar en donde se cultivan desde muy temprano esos valores y hacerlo así da al individuo una seguridad especial para llegar confiados al encuentro con la creación de otros seres humanos. El niño que como una constante escuchó en casa de sus padres hablar sobre las figuras rupestres de Altamira, las Venus de Valdivia, Rafael, Miguel Ángel, El Greco, Van Gogh o Miró, al enfrentar sus recuerdos con la obra de los genios sentirá la alegría de encontrar por fin al viejo amigo al que ansiaba conocer desde hace mucho y el museo no será esa entelequia temida, sino más bien el palacio de las delicias por siempre esperado.
En la música, asimismo, habrá una persona entrañable que presente al niño o adolescente un Concierto Brandemburgués de Bach, o Carmina Burana de Orff , la Sinfonía en Re de Franck u otras grandes creaciones y éste las llevará en su corazón para siempre. No es aprendiendo en el colegio cómo se dibujan corcheas o semicorcheas (esto quedará para estudios formales) que se llega a amar la música. Es escuchándola y conociéndola como uno se apasiona por ella y, luego no hay alegría más profunda que ver y oír su interpretación en vivo.
Uno de los placeres de la vida es decir ante una obra maestra: la conozco, la amo y la siento mía porque me enseñaron a hacerlo; hubo alguien que la amó antes, me regaló el conocimiento, y me entregó la llave que abre la puerta de la insondable genialidad.