Cuando aún no se usaba definir a las personalidades políticas o artísticas por su “bajo” o “alto” perfil, el director de orquesta Claudio Abbado ya era toda una definición. Siempre evitó, a diferencia de Von Karajan, a quien sucedió a partir de 1989 en la dirección de la Orquesta Filarmónica de Berlín, cualquier tipo de divismos, sea en el arte de la batuta como en lo referente a su vida personal. Es cierto que no pudo evitar que circularan ciertos rumores vinculados con alguna famosa cantante. Pero nada de esto opacó la vida de uno de los más grandes músicos de todos los tiempos, quien ayer, 14 de enero de 2014, murió “serenamente en su apartamento de Bolonia”, como se anunció en un comunicado de prensa.
Miembro de una familia italiana de músicos, de esas que figuran en todo diccionario de la especialidad, Claudio heredó y multiplicó el talento de su padre, Michelangelo, famoso violinista y profundo estudioso y divulgador de la técnica de su instrumento, y superó, sin duda, a su hermano Marcello, pianista y compositor.
Hombre de izquierda
La revolución de Mayo del 68 marcó un antes y un después en la vida europea. Los viejos esquemas debían ser replanteados en miras a un futuro que planteaba más libertades para los ciudadanos del mundo.
Justamente a esta época se debe Abbado. Tres años antes, en 1965, él se abrió paso en el mundo de la música dirigiendo su primer concierto. La Segunda Sinfonía (Resurrección) de Mahler sería el himno casi oficial de su carrera. De ahí en adelante, su estilo estaría alejado de los cánones tradicionales del momento. Si en la mítica Viena las orquestas dedicaban gran espacio al repertorio decimonónico, él desde la Filarmónica de La Scala (a la que dirigió entre 1968 y 1986) quería dar apertura a las obras de compositores del siglo XX, siendo Debussy su favorito.
Esta incursión en las nueva estilística lo llevaría a hacer una gran apuesta por el talento joven. De hecho, este director, que pasaría por los principales templos de la música clásica del planeta, fue el fundador de la Joven Orquesta de la Comunidad Europea.
Sin embargo, fue una persona sencilla y cercana. “Soy Claudio para todo el mundo, ¡sin títulos!”, dijo a los miembros de la Filarmónica de Berlín cuando reemplazó a Karajan.
Música sin más
Abbado contó en 2010 a la televisión estatal italiana que escuchó la llamada de la música con tan sólo siete años, cuando fue por primera vez a La Scala con su hermano. “Escuché un concierto de Antonio Guarnieri, un veterano y genial director que ejecutó los tres nocturnos de Debussy y recuerdo que cuando escuché aquella música (…) pensé: ‘Esto es algo mágico, es mágico.’ Y soñé con recrear esa magia un día”.
En otra entrevista, esta vez con el diario británico The Guardian, reveló que incluso en los grises tiempos de la II Guerra Mundial, cuando era un niño que vivía en el Milán ocupado por los nazis, siguió centrado en la música clásica. Una vez, lo pillaron escribiendo “Viva Bartok” en el muro de una casa y la Gestapo fue a buscarlo pensando que homenajeaba a un luchador de la resistencia en lugar de al compositor y pianista húngaro.
Su paso por América
La vinculación de Abbado con América Latina se dio en los albores de la creación del Sistema Nacional de las Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela. Junto al maestro José Antonio Abreu, el director italiano constantemente se dirigió al país bolivariano para impartir lecciones a los músicos de esta organización. Como resultado de esto surgió una profunda amistad con Gustavo Dudamel, el director de orquesta venezolano que inició su carrera bajo la tutela de Abbado. De hecho, este ultimo apadrinó al joven talento desde sus inicios.
La frase
“Existen dos Abbado: uno caracterizado por la fuerza de la juventud. Otro es el maduro y reflexivo” Álvaro Manzano, Director de orquesta