A una semana de un festival como el Música Viva que intenta poner de manifiesto la composición académica contemporánea, varias son las lecturas que se realizan sobre la escritura musical de los ecuatorianos.
Una de ellas es la de Mesías Maiguashca, personaje clave para entender cómo el lenguaje compositivo necesita, de vez en cuando, refrescarse e ir a contracorriente. Él, como parte de este encuentro que en este año cumplió 25 años de vida, asegura que uno de los desafíos en este tipo de citas es la continuidad.
“Para mí es importante un trabajo continuo. Lastimosamente en los últimos 30 años ha habido festivales puntuales. Lo que se necesita es que las consecuencias del evento A se perciban en el B”, puntualiza el compositor que en este año llegó al Música Viva para estrenar mundialmente su partitura Música de cámara con pailo obligato.
Sobre este punto, el melómano Andreas Weilandt explica que lo más importante de un festival de música contemporánea es que él mismo logre adquirir una personalidad propia. Algo que, según dice, “solo se logra manteniendo un hilo conductor que una a cada edición del encuentro”. Luego de la experiencia del Música Viva 2011 y 2012, Weilandt asegura que “esta cita está en camino de tener un sello particular”.
Pero lograr este “sello” al que se refiere Weilandt, la actitud de los músicos frente a lo que deben interpretar es clave.
Al respecto, Efrén Vivar, contrabajista de la Orquesta Sinfónica Nacional del Ecuador (OSNE), siente que este festival fue “bastante intenso”. Intensidad que, para él, fue la oportunidad para explorar por una historia compositiva que no se escucha con frecuencia en las salas de concierto.
“Este tipo de partituras necesitan difusión entre los mismos músicos pues, en un primer momento, llegan a ser extrañas a lo que usualmente se interpreta”, dice Vivar. Además, comenta que uno de los atractivos de estas creaciones es que tienen un aire ecuatoriano que se refleja en pequeñas dosis de ritmos tradicionales.
Luciano Carrera, también músico de la OSNE, cree que, aún cuando las obras tienen un brillo particular, los intérpretes ecuatorianos están cumpliendo con mucho retraso una de sus principales tareas: “difundir la música de nuestros compositores”.
“La calidad de las composiciones son bien concebidas y logran romper con la tradición. Ahora bien, lo que se debe hacer es educar al público sobre esto”, subraya el flautista Carrera.
El público es, definitivamente, parte central de este festival. Al menos así lo expresa Milton Estévez, compositor y miembro organizador de la cita. Para llegar a mayor número de personas, en esta edición el Música Viva se extendió a cuatro ciudades del país: Quito, Guayaquil, Cuenca y Loja.
“La idea es que la gente entre en contacto con lo contemporáneo; que logre conocer a los compositores y que entable un diálogo musical más personal”, dice Estévez. A su criterio, lo que se vivió en este año fue un choque entre la tradición y la vanguardia.