Los documentales de Pocho Álvarez se presentan en la muestra ‘Memoria viva’, en el Ocho y Medio
De nacer en la Riobamba de los 50 a ser un director de cine… ¿cómo fue su relación con la cinematografía?
Fue un camino que me construyó hacia adentro. Primero fue la pintura y su universo de colores, formas e imaginación, luego la fotografía y su juego de tiempos y memoria; el instante de un mismo instante, el pasado-presente en un solo momento y, finalmente, la imagen en movimiento y su fuerza como lenguaje e instrumento. El cine, un escenario síntesis de este andar hacia adentro, un espacio donde confluyen mis búsquedas como peregrino, porque la imagen cinematográfica se nutre de todas las artes y de todas las expresiones del alma humana, las explora las toca y las habita y esa esencia, su universalidad, es la que me nutre como ser humano.
¿Por qué siguió al documental y no a la ficción?
Nunca tuve un camino predeterminado, este se fue haciendo con el andar de la cámara y los pasos de la gente; en ese sentido, creo que la necesidad de mostrar la ficción de la realidad es lo que me empujó a transitar por ese desafío, el género documental.
Y por los temas sociales…
La naturaleza del ser humano es social y la cámara en tanto arte, no puede estar ajena e impermeable a esa realidad; por lo tanto hay un compromiso tácito con la vida del nosotros humano, sujeto y objeto, razón de ese quehacer artístico en tanto individuo y sociedad. En esa medida, la sensibilidad como mirada de la cámara y del cine se orienta a participar activamente en los problemas de su tiempo, su mirar sirve para mostrar el amplio espectro de la vida y sus problemas, sirve para rasgar los silencios y las oscuridades del poder, sea este de cualquier tipo, económico, político, religioso.
¿Cómo se relaciona con los sujetos de sus filmes?
Dejando que me habiten, que me llenen y me iluminen, haciendo que ellos guíen los pasos y el mirar del lente y de la cámara. En ‘A cielo abierto, derechos minados’, el personaje colectivo, los campesinos que resisten el embate del poder y los intereses de la megaminería, es el que ilumina con su conocimiento, con sus argumentos superiores, el agua, la vida, el relato de imágenes. En ‘Jorgenrique’ es la luz de la palabra del personaje sabio la que ilumina el camino de la cámara para que “fotografíe por dentro” como el mismo Adoum me lo dijo. Creo que hay que abrir el diafragma del corazón y de la mente para que los personajes sean parte de la piel de adentro del realizador.
¿El documental debe ser objetivo o debe estar completado con su subjetividad?
Debe ser ante todo veraz y ético, debe ser consecuente con la esencia del arte y su compromiso con la vida. En tanto obra cinematográfica, el documental -como cualquier obra humana- tiene una postura ideológica que responde a la visión del artista y sus personajes a su cosmovisión, a los imaginarios que alimentan y nutren al realizador y su obra. No es posible concebir una obra artística sin “la subjetividad” del conocimiento, amor y entrega del artista a un tema, a su reto y necia voluntad de hacer de ella un documental.
¿Cómo ve la situación del género y de sus hacedores?
Con mucha esperanza y alegría, porque ahora hay muchos ojos jóvenes que buscan mirar más allá de lo evidente, buscan aportar desde la ciudad y el campo con una nueva forma de ver, para construir el vernos, el nosotros incluyente desde nuestros umbrales, mestizos, indígenas y afroamericanos. Resta ver que se consolide como una expresión cierta, porque el camino del arte cinematográfico, en este equinoccio andino, lo que más necesita es conocimiento, compromiso, perseverancia, talento y humildad.
HOJA DE VIDA
César ‘Pocho’ Álvarez
Nació en Riobamba, en 1953. Es director, productor, fotógrafo y guionista.
Hasta el 16 de noviembre se proyectan en el cine Ocho y Medio los documentales ‘Jorgenrique’, ‘A cielo abierto, derechos minados’, ‘Tóxico
Texaco Tóxico’, ‘Alu y Dumas uno es dos y dos son uno’ y ‘Nosotros, una misma historia’.