Llegar a trascender más allá de nuestras cosas y de nuestro tiempo, más allá de la circunstancia andina ha sido, para nosotros, aspiración permanente, un impulso secular nunca desmentido y cuyo inicio se halla en una conciencia histórica que, tímida y vergonzante, germinaba en la penumbra de la Colonia. Alucinados por modelos hispánicos, los poetas coloniales encontraron en la servil repetición de la palabra metropolitana esa ansiada legitimidad que, por entonces, se creía solo podía darla España.
Vino luego el siglo XIX, renegamos de la “madre patria”, fundamos la República y, a tientas y tropezones, aprendimos a caminar en la libertad. No obstante, en el decir de Hegel, nuestra alma seguía siendo “ajena”, pues pensamiento y cultura no tenían otro referente que los modelos de esa repudiada metrópoli, esa Europa que nos negaba. El colonialismo pervive cuando persiste el hábito de nombrar con palabra ajena las cosas que son nuestras.
Hablar de América, su tierra y su historia, se convirtió en tarea ineludible. Mas ¿con qué palabra la nombraríamos? Un sentimiento de orfandad nos acaparó. Se nos ocurrió entonces que si la palabra seguía siendo ajena, el mensaje que de ella se desprenda deberá ser nuestro. Había que asimilar lo mejor de la tradición europea para conferir universalidad a nuestra expresión. Ser “cosmopolita”, escribir como Cervantes: tal fue el empeño de la época.
El búcaro podía ser francés, pero la flor que en él estalle deberá ser de la exótica tierra americana. Los nacionalismos de inicios del XX nos llevaron, luego, a una literatura del reconocimiento de nuestras raíces: somos andinos, tropicales, equinocciales. Viva la Geografía; abajo la Historia. El realismo social pasó a ser cultura oficial. Se dijo entonces: nuestra particularidad es universalidad.
Todos cargamos, queramos o no, el lastre de una tradición. Que ella nos aliente a reconocer lo que somos, mas no debería ser tan pesada que nos aplaste y hurte la libertad. Hoy en día, escribir en clave nacionalista es ponernos del lado del pasado, es excluirnos de esa una vocación universal.
* Juan Valdano es ensayista y novelista. Miembro de Número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua. Autor de: ‘La selva y los caminos’.