Sobre el escenario, ante la genialidad de una sinfonía de Beethoven y la oportunidad terrenal de interpretarla, se disipa en el aire la ira que ha dividido a dos pueblos desde tiempos inmemoriales: israelíes y palestinos pueden tocar música juntos.
Así es cada concierto de la Orquesta Divan Este-Oeste, integrada por músicos jóvenes de las dos nacionalidades, además de jordanos, libaneses y españoles, bajo la batuta del director argentino Daniel Barenboim, en lo que se ha establecido como un símbolo mundial en torno a la esperanza de unidad en Oriente Próximo. Un símbolo que ayer en la noche tenía previsto presentarse en la Casa de la Música.Dentro de la orquesta hay divergencia de opiniones y sus integrantes no dejan a un lado las diferencias culturales.
Los músicos conservan, cada uno, su orgullo patrio, pero encuentran en la música un espacio de entendimiento en el que “hay una homogeneidad –explicó el director–, pero las orquestas normales están compuestas en su mayoría por gente con una misma manera de pensar, mientras que en esta se esmeran por encontrar un lenguaje común, porque los pensamientos son opuestos y así, en la música no hay desigualdad ni conflicto”.
Cuenta que por ello el carác-ter de cada músico está presen-te: “La música no tolera com-promisos como la política; si se compromete, tiende a no ser lo mismo”, añade.
La agrupación ha iniciado este año una nueva gira por América del Sur. Barenboim disfruta cruzar fronteras mentales. No en vano, en el 2001, en un recital en Jerusalén, decidió sorprender a todos y en lugar de tocar la obra de Igor Stravinsky, que estaba en el programa del Festival Cultural de Israel, la orquesta interpretó una ópera de Richard Wagner, cuya música está relacionada históricamente con el gusto que tenía Adolfo Hitler, líder de la Alemania nazi.Antes de levantar la batuta para dar entrada a la primera nota de la obertura de ‘Tristán e Isolda’, el director anunció en hebreo lo que se iba a interpretar y exhortó a los asistentes a que, si se sentían incómodos, abandonaran el teatro del Centro Simón Wiesenthal. Cerca de 100 personas se fueron en medio de arengas como ‘¡fascista!’ y ‘¡devuélvase a su país!’. El resto lo ovacionó de pie.
Ehud Olmert, quien era entonces el alcalde de la ciudad, calificó a Barenboim de “arrogante e insensible”; el director del Centro Wiesenthal, Ephraim Zuroff, tildó al concierto de “violación cultural”. No era la primera vez que esto ocurría: en 1981, la Filarmónica de Israel intentó tocar la pieza, bajo la dirección de Zubin Mehta, pero fue interrumpida cuando un sobreviviente del Holocausto se subió al escenario y mostró las cicatrices de su reclusión en un campo de concentración nazi.Replicar en otros lugares el modelo de la Divan –por la que Barenboim y el intelectual Edward Said recibieron el Premio Príncipe de Asturias, en el 2002– requerirá mucho más que entusiasmo, según el director: “No basta con decir que toquen juntos, que sí se van a integrar al viajar en una gira o en un escenario, lo importante es por qué deciden tocar juntos”.
Al consultarle sobre su opinión respecto del conflicto en Colombia y de qué se puede aprender de su experiencia, Daniel Barenboim prefirió transmitir una de sus conclusiones de vida: “No hay que dejar que la terquedad entre en los argumentos y endurezca las relaciones; hay que aprender a escuchar y comprender”.