Por alguna gracia de las fuerzas del mercado, misteriosamente, la denominación de la literatura de culto no está entre las competencias de las grandes transnacionales de libros. Más bien, los escritores de culto responden a ciertas estéticas literarias que se vuelven imprescindibles dentro de una comunidad de lectores. Y sin duda, el escritor lojano Pablo Palacio (foto) entra en esta categoría en la cual el lugar para la locura, la ironía, los absurdos y el descrédito de la realidad lo han convertido en un autor imprescindible.
Otro que se adscribe a esta corriente del ‘no reconocimiento’ es Humberto Salvador que, a la par que Palacio, fue una pieza clave del movimiento de vanguardia local; con obras como ‘Ajedrez’, ‘En la ciudad he perdido una novela’ y ‘Taza de té’ .
Junto a ellos, no hay que olvidar el papel que desempeñaron los poetas en una nación que daba cara a un nuevo siglo. Eran poetas de vida bohemia, que buscaban un sentido de la vida que se asemejase al de los “poetas malditos” franceses. Eran, según Raúl Andrade, la “Generación decapitada”: cuatro jóvenes que dejaron sus plumas junto a la tumba. Tras su muerte, ellos (Medardo Ángel Silva, Humberto Fierro, Arturo Borja y Ernesto Noboa) se convirtieron en los creadores de la poesía melancólica simbolista.
Dentro de este espacio reformista de la poética ecuatoriana también está Hugo Mayo. En sus poemas, el malestar por la cultura hegemónica dio nacimiento a una nueva lengua poética que, según el escritor Raúl Serrano, “pedía la cárcel o el manicomio”.
Entre los autores leídos y de letra influyente en las nuevas generaciones, cabe mencionar a Huilo Ruales y Francisco Granizo. Y entre los que piden ser rescatados del olvido están el poeta David Ledezma y el narrador Gustavo Garzón.